La sinfonía amorosa de Mariela Sánchez y Cristian Castro concluye con un acorde disonante.
En un giro digno de la trama más melodramática, Mariela Sánchez, la ahora ex-prometida del tenor Cristian Castro, ha declarado con solemnidad burocrática que esta vez sí es “el truene definitivo”. El cantante, cuyo historial sentimental parece una partitura con más cambios de tempo que una sinfonía de Mahler, habría cometido la proeza de convertir a su propia administradora de fanáticos en la celestina involuntaria de su nuevo romance.
La tragicomedia alcanzó su clímax en Córdoba, donde el vate, tras un encuentro futbolístico con sus devotos, ejecutó lo que los entendidos llaman “una fuga a dos voces” con una admiradora que, al parecer, conocía mejor su repertorio que el protocolo nupcial. La futura consorte, que hasta entonces orquestaba la comunicación con los clubs de admiradores, se vio repentinamente relegada al rol de espectadora en su propio drama romántico.
Este último “desliz” del crooner —términa que adquiere aquí su más literal significado— funcionó como el golpe de batuta que silencia la orquesta. La dama, en un epílogo digno de estudio, manifestó su gratitud por lo vivido mediante el sagrado ritual de los mensajes de texto al programa “Sale el Sol”, consagrando así la defunción del idilio ante el tribunal de la opinión pública.
En el museo virtual de su cuenta oficial, donde antes colgaban los retratos de un futuro conyugal, ahora solo permanece, cual reliquia arqueológica, la sonrisa de Verónica Castro —la suegra que no será— como único testigo de esta ópera bufa que nunca llegó a su acto final.













