Will Smith conquista México con un espectáculo lleno de nostalgia

En un despliegue de egolatría digno de un emperador romano, Will Smith, el mismo que alguna vez creyó que abofetear a un comediante en vivo lo haría parecer “protector de la justicia”, se subió al escenario del festival “Emblema” para recordarnos por qué Hollywood sigue pagándole millones por fingir emociones. Con la sutileza de un elefante en una tienda de porcelana, el autoproclamado “Príncipe de Bel-Air” gritó “¡México!” como si acabara de descubrir el continente americano, provocando que el público, intoxicado por el síndrome de Estocolmo colectivo, rugiera de emoción.

Entre piruetas coreografiadas y bailarinas que probablemente ganan menos que lo que él gasta en agua mineral, Smith decidió que era el momento perfecto para demostrar su dominio del español, un idioma que aparentemente aprendió viendo telenovelas en su trailer entre toma y toma. “¿Dónde están los hombres? ¿Y las mujeres también?”, preguntó con la elocuencia de un turista borracho en Cancún, mientras Antonia, su traductora de emergencia, se preguntaba si su contrato incluía terapia postraumática.

Los visuales, una mezcla de nostalgia barata y efectos especiales que parecían sacados de un Windows 95, proyectaban imágenes de sus glorias pasadas, como si necesitáramos recordar que alguna vez fue relevante. “Boom! Shake the Room” sonó con la misma urgencia de un hombre que intenta convencernos de que todavía tiene “eso”, lo que sea que “eso” signifique en 2025. Mientras tanto, el público, hipnotizado por el espectáculo vacío, aplaudía como si estuvieran viendo la resurrección de Elvis.

Al final, Smith logró su objetivo: demostrar que, en la industria del entretenimiento, el carisma puede ser un sustituto decente del talento. México, por su parte, seguirá aplaudiendo cualquier cosa con luces y sonido, porque, al fin y al cabo, ¿qué más hay que hacer un sábado por la noche?