El gran teatro de la paz donde todos actúan y nadie cede

KIÉV, UCRANIA — En un espectáculo de virtuosismo diplomático que rivaliza con las mejores óperas bufas, el presidente Volodymyr Zelenskyy se aprestaba a sostener conversaciones urgentísimas con una treintena de naciones. El objetivo declarado: buscar condiciones justas para concluir una contienda que, en un alarde de modestia cronológica, los cancilleres prefieren describir como “casi cuatro años de hostilidades” y no lo que es: una carnicería a gran escala orquestada por el zar Vladimir Putin. La reunión, bautizada con el eufemismo del siglo, la Coalición de los Dispuestos, se celebraría por videoconferencia, modalidad ideal para que los mandatarios puedan fruncir el ceño con preocupación sin que la cámara capte sus manos jugando al solitario.

El convite se organizó con la premura propia de quien huye de un incendio, específicamente, el incendio provocado por el presidente estadounidense Donald Trump, quien, en su papel de deus ex machina caótico, ha dedicado sus últimos días a menospreciar al líder ucraniano, tildar de débiles a los mandatarios europeos (lo cual, en justicia, es como acusar de húmeda al agua) y urdir una estrategia magistral para mejorar la relación con Moscú. Dicha estrategia, según fuentes bien informadas, consiste en regalarle Ucrania a Putin, pero por partes, para que el regalo dure más.

El sublime arte de negociar lo innegociable

Ante las demandas trumpianas de un acuerdo rápido (sinónimo de “rendición decorosa”), los gobiernos europeos, sintiendo que su propia seguridad estaba en juego —una revelación que les llegó solo después de que Rusia invadiera un país vecino—, se ofrecieron como guías en las negociaciones de paz. El canciller alemán, Friedrich Merz, reveló el meollo del asunto: el punto clave es determinar “qué territorios y concesiones está dispuesto a hacer Ucrania”. Una fórmula elegante para preguntar cuántos miembros debe amputarse un paciente para que el cirujano declare la operación un éxito.

Mientras, el presidente ruso continúa su “brutal guerra contra la población civil”, pero, eso sí, de manera implacable. Los analistas señalan que Putin quiere negociar desde una posición de fuerza, una posición que ha necesitado años, cientos de miles de vidas y el 20% de un país soberano para construir. Un verdadero ejemplo de paciencia y determinación.

El baile de los eufemismos y los drones

En este gran teatro, cada actor tiene su guión. La Unión Europea, en un acto de realismo mágico, entregó a Ucrania una larga lista de reformas necesarias para ingresar al bloque, mientras las bombas caen y un miembro, Hungría, hace de enfant terrible. La membresía se ha convertido en el ancla simbólica a Occidente, ahora que la posibilidad de ingresar a la OTAN está más estancada que un debate en el Consejo de Seguridad.

Por su parte, Rusia, ansiosa por mostrar su buena voluntad al nuevo patrocinador de la paz, Donald Trump, transmitió “propuestas adicionales sobre garantías de seguridad colectivas”. El ministro Lavrov, maestro del doble lenguaje, no ofreció detalles, pero se entiende que dichas garantías implican, principalmente, que Ucrania garantice no existir en el futuro.

Mientras los discursos fluyen en Berlín y Bruselas, la realidad se escribe con fuego. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, advirtió que “somos el próximo objetivo de Rusia”, una frase que causa escalofríos, justo después de anunciar que Moscú ha lanzado más de 46.000 drones y misiles contra Ucrania este año. Por su parte, drones ucranianos de largo alcance, en un alarde de iniciativa geográfica, impactaron una plataforma petrolera rusa en el mar Caspio, a mil kilómetros de distancia. Un recordatorio de que en esta guerra, la “iniciativa estratégica” de la que alardea Putin puede ser contestada con ingenio y precisión.

La respuesta nocturna fue un monumental ataque con drones que paralizó los aeropuertos de Moscú, una demostración de que Ucrania puede llevar la partida al corazón del tablero del oponente. El Ministerio de Defensa ruso anunció la interceptación de 287 drones, una cifra tan abrumadora que uno se pregunta si no estarán contando también los mosquitos de verano.

Así, el gran circo de la paz avanza: con líderes que negocian fronteras en videollamadas, un invasor que exige rendición como paso previo al diálogo, y un país invadido que, entre lista de reformas y lluvias de hierro, debe decidir cuánto de su cuerpo entregar para que los espectadores del mundo declaren que, al fin, hay “buenas dinámicas”. Una farsa monumental donde la única verdad incómoda es la que escriben los drones en el cielo.

RELACIONADOS

Ultimas Publicadas

Matamoros

¿QUÉ PASO AYER?

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio