El Gran Teatro del Absurdo en las Carreteras Ecuatorianas
QUITO – En un alarde de realismo mágico aplicado a la gestión pública, el Presidente Daniel Noboa, Sumo Sacerdote de la Reactivación, ha proclamado desde su Olimpo radiofónico su intención de desbloquear las vías que, desde hace un mes, mantienen secuestrada a la provincia de Imbabura. La causa de este encierro voluntario no es una plaga bíblica, sino una subida en el precio del diésel que ha desatado una épica batalla entre el pragmatismo económico y el derecho a la protesta, donde los únicos perdedores son los ciudadanos de a pie.
En una intervención que bien podría ser un monólogo de Beckett, el mandatario esbozó un programa de reactivación económica de 50 millones de dólares para las víctimas de lo que él denomina “manifestaciones violentas”. Un plan tan detallado como la operación para despejar las carreteras: es decir, existe en el reino de las ideas, pero su materialización es tan etérea como el humo de las llantas quemadas que adornan el paisaje.
Con la solemnidad de un estadista descubriendo la pólvora, Noboa declaró que estas protestas son “un atentado a la democracia“. ¡Toma ya! Resulta que la esencia de la gobernabilidad no reside en el diálogo o la gestión de crisis, sino en la capacidad de circular por la autopista sin que te intercepte una roca con ínfulas revolucionarias. En Imbabura, el trabajo, el abastecimiento y la movilización han sido tomados como rehenes por una fuerza invisible que, según los relatos, se compone de “pocas personas” custodiando montañas de tierra. Todo un ejército de la resistencia.
El Epicentro del Surrealismo Andino
Mientras tanto, en el corazón de este sainete, las idílicas poblaciones de Otavalo y Cotacachi, antes conocidas por sus mercados y artesanías, se han transformado en el escenario principal de una obra de teatro del absurdo. Todas las vías, principales y secundarias, llevan cuatro semanas cortadas. No por una decisión administrativa, sino por una huelga de la Confederación de Nacionalidades Indígenas que, ofendida por el fin de un subsidio de 1.100 millones de dólares, ha decidido que si el diésel sube de 1,80 a 2,80 dólares el galón, lo lógico es paralizar la economía hasta que la ruina generalizada haga la gasolina irrelevante.
“La mayoría de la gente quiere trabajar, tener una actividad productiva, que la economía está caminando, están siendo relegados por esos grupos (de manifestantes)”, expresó Noboa, en un destello de perspicacia que ilumina la tragicomedia nacional.
Las pérdidas en Imbabura ascienden a la modesta suma de 70 millones de dólares. Ramiro Aguilar, presidente de la Cámara de Comercio y Producción, aportó el dato estelar: el sector turístico, antaño próspero, ha visto cómo sus hoteles, bares y restaurantes se convertían en museos de la nostalgia, con pérdidas de 10 millones de dólares. Un “cierre total” que es la envidia de cualquier plan de austeridad.
“Estamos ante una catástrofe económica y social, porque solo en el sector hotelero podría darse la pérdida de 10.000 empleos”, añadió, pintando un cuadro de prosperidad fulminada por la obstinación.
El Diálogo de los Sordos y la Farsa del Desbloqueo
Las últimas semanas han presenciado enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden que intentan, con la eficacia de un ejército de caracoles, despejar las carreteras. El paisaje está interrumpido por árboles caídos, montículos de tierra, grandes rocas y llantas quemadas, custodiadas por ese puñado de personas que ha logrado lo que ningún ejército invasor: paralizar una región entera.
Consultado sobre la posibilidad de diálogo, el presidente respondió con la retórica vacua de un manual de autoayuda para políticos: “siempre existe diálogo con los ecuatorianos, con las comunidades, por eso no se ha vuelto un paro nacional, sino un paro focalizado”. ¡Alabado sea! Un paro “focalizado” que, como un cáncer benigno, solo afecta a un órgano vital de la economía. Y remató con la perla de la sabiduría oficial: “la gran mayoría de Ecuador se sigue moviendo”. Consuelo para los que, atrapados en Imbabura, pueden al menos moverse en círculos.
La guinda de este pastel de sinsentidos la puso el anuncio, hace casi una semana, del fin del paro por parte de 60 dirigentes indígenas y el ministro del Interior, John Reimberg. Sin embargo, los bloqueos persistieron, llevando al funcionario a acusar a los manifestantes de “no cumplir los acuerdos”. En el Gran Teatro del Absurdo Ecuatoriano, un acuerdo no es más que un borrador de buenas intenciones, listo para ser incinerado en la siguiente pira de neumáticos. La función debe continuar.