El pontífice bendice la geopolítica del despojo con sonrisa pastoral

En un alarde de contorsionismo moral que hubiera dejado pálido al mismo Maquiavelo, Su Santidad León XIV, el primer Papa surgido del vientre del Imperio, concedió una audiencia para bendecir con solemnidad los derechos de aquellos a los que el poder de su nación de origen, en sublime colaboración con su anfitrión británico, se encargó de pulverizar.

El Vicario de Cristo, ataviado con la blancura inmaculada de la inocencia diplomática, afirmó con enérgica convicción los derechos de los débiles frente a las ambiciones de los fuertes. Una proeza retórica digna de estudio, considerando que los fuertes en cuestión son los mismos que financian la máquina geopolítica que él ahora, simbólicamente, deplora. El Sumo Pontífice, en un ejercicio de realismo mágico aplicado a la geopolítica, elogió un reciente tratado entre el verdugo histórico y el actual administrador como un “gesto de enorme importancia simbólica”. Traducción: se aplaude el acuerdo que gestiona la perpetuidad de la expulsión, siempre que se haga con una firma elegante sobre papel de calidad.

La delegación de refugiados de Chagos, aquellos dos mil seres humanos desalojados con presteza colonial para que la democracia occidental pudiera instalar bombarderos y una base naval en su paraíso, asistió al espectáculo. Presenciaron cómo el máximo líder espiritual del orbe católico, originario de la nación que hoy ocupa militarmente sus hogares, insiste en su derecho a regresar. Una ironía tan densa que podría detonar los sensores de metales del Vaticano. Es el circo romano moderno: se devuelven las cadenas, pero bañadas en oro y bendecidas por el representante de Dios en la Tierra, mientras la base militar en Diego García sigue operativa, un monumento permanente al hipócrita arte de decir lo correcto mientras se hace lo conveniente.

Roma/AP. Corresponsal del Absurdo.