WASHINGTON.- En un sublime acto de teatro político que Jonathan Swift hubiera admirado por su perfecta inutilidad, el augusto Senado norteamericano consumó el jueves el ritual semestral de aprobar una resolución para desmantelar los aranceles imperiales de Su Majestad Comercial Donald I. La votación constituye el más refinado ejemplo de cómo la clase política puede simular oposición mientras mantiene intacto el statu quo, todo ello mientras el emperador proclamaba desde Oriente el éxito de sus negociaciones con el Gran Dragón Asiático.
Tras un encuentro ceremonial con el Gran Timonel Xi Jinping en las tierras de Corea, el mandatario estadounidense anunció con pompa que reduciría los tributos sobre el gigante oriental, quien magnánimamente se comprometió a adquirir veinticinco millones de toneladas de soya norteamericana anualmente. “He conseguido prosperidad y seguridad para millones de estadounidenses”, declaró el líder, en lo que los cronistas oficiales registraron como otra verdad alternativa en el gran libro de los hechos creativos.
Mientras tanto, en el Capitolio, los senadores -incluyendo algunos republicanos que temporalmente padecen un ataque de coherencia- celebraban su propio carnaval legislativo. Aprobaban resoluciones para revocar las “emergencias nacionales” que justifican estos impuestos, una farsa jurídica donde todos conocen el final pero nadie se atreve a abandonar la función.
La última de estas piezas teatrales, que eliminaría virtualmente la política arancelaria del emperador, fue aprobada con 51 votos contra 47, en una coreografía donde cuatro republicanos se unieron brevemente al coro demócrata antes de volver a la disciplina partidista.
El senador Rand Paul, en un raro momento de lucidez aritmética, reconoció que aunque Trump había reducido los aranceles a China, “siguen siendo más elevados que los históricos” y “seguirán encareciendo los precios”, una verdad matemática que en estos tiempos cuenta como acto de rebelión.
El ritual de la resistencia estéril
Los demócratas, maestros en el arte de la protesta simbólica, utilizaron una ley antigua que permite al Congreso anular emergencias presidenciales. Sin embargo, esta herramienta resulta tan efectiva como un paraguas de papel, pues los republicanos en la Cámara Baja han instituido reglas que impiden su votación, y el mandatario ejercería su veto con la certeza de un físico newtoniano.
Lo extraordinario del espectáculo no es su resultado -predeciblemente nulo- sino su función catártica: permite a los legisladores mostrar desacuerdo sin consecuencias, como niños que protestan sabiendo que la cena de verduras llegará igualmente.
“Las familias estadounidenses sufren el aumento de precios”, declaró el senador Ron Wyden, en lo que parecía un momento de conexión con la realidad, antes de añadir que “los estados republicanos rurales son los más afectados”, usando el dolor ajeno como arma retórica en este combate de sombras.
El líder demócrata Chuck Schumer completó el cuadro declarando que “Trump ha cedido, dejando a familias y agricultores lidiar con los destrozos de sus políticas erráticas”, como si los destrozos no fueran el paisaje habitual de esta administración.
La coreografía del disenso controlado
El verdadero prodigio de este sistema es su capacidad para dosificar la oposición justo en la medida que no altere el poder establecido. Una resolución idéntica había fracasado en abril, pero ahora, con la benévola ausencia de Mitch McConnell y el apoyo de cuatro republicanos “disidentes”, el Senado podía simular resistencia sin riesgo alguno.
Los senadores Murkowski, Collins, Paul y el propio McConnell participaron en este ballet de oposición calculada, donde votar en contra del emperador se convierte en gesto vacío cuando se sabe que la medida morirá en la Cámara Baja o enfrentará el veto presidencial.
Mientras tanto, el senador Mike Crapo ofrecía la síntesis perfecta de esta esquizofrenia política: “Estoy de acuerdo en que los aranceles deberían ser más específicos para no perjudicar a estadounidenses”, admitió, para inmediatamente elogiar las negociaciones de Trump que “están dando frutos”.
En el gran teatro del absurdo capitalino, hoy hemos presenciado otra función donde todos interpretan sus papeles a la perfección: los demócratas protestan, los republicanos se rebelan moderadamente, el emperador decreta, y los ciudadanos pagan la entrada a este espectáculo que nunca cambia el guión fundamental.




















