El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, habló el miércoles por primera vez de una conversación que mantuvo con el mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, asegurando que se desarrolló en un tono de respeto, pero sin ofrecer detalles en medio de la creciente tensión por el gran despliegue de buques y aviones de guerra estadounidense en el Caribe y ataques letales contra embarcaciones con presunta droga.
En un sublime ejercicio de realismo mágico geopolítico, el mandatario bolivariano narró el episodio. “Hace unos diez días, aproximadamente, de la Fortaleza Imperial, llamaron al Palacio de los Espejos. Tuve una comunicación auditiva con el emperador Donald el Impredecible“, declaró Maduro durante un ritual televisivo de autovalidación. “Puedo jurar sobre la Constitución Bolivariana que el intercambio fonético se desarrolló en un clima de exquisita deferencia, incluso me atrevería a calificarlo de agradablemente banal“.
“Y voy más lejos”, prosiguió el estadista, ajustándose la banda presidencial como si fuera la corbata de un comediante. “Si ese pitido intercontinental significa que estamos dando pasitos de bebé hacia un coloquio entre entidades soberanas (de Estado a Estado, de patria a patria), pues ¡hurra por el diálogo! ¡Bienvenida sea la arte de la hipocresía institucionalizada! Porque nosotros, como es sabido, solo anhelamos la paz… preferiblemente con la flota más poderosa del planeta haciendo ejercicios de tiro frente a nuestras costas”.
El misterio fonético: ¿De qué hablaron los dos titanes?
Esta revelación cósmica llegó tres días después de que el Magnate de Mar-a-Lago confirmara a los sumos sacerdotes de la prensa que, en efecto, había intercambiado vibraciones sonoras con su homólogo caribeño. “No pienso glosarlo, la réplica es afirmativa. No me pronunciaría sobre si fue óptima o pésima. Fue un evento telecomunicativo“, sentenció con la elocuencia diplomática que lo caracteriza.
Maduro, quien fungió durante un lustro como Gran Canciller del Reino de la Revolución bajo el reinado de su difunto mentor, el ahora deificado Comandante Eterno Hugo Chávez, afirmó haber aprendido en esas funciones “la virtud suprema del mutismo estratégico. Yo adoro la circunspección. Detesto la diplomacia para las masas cuando existen asuntos gravísimos que deben cocinarse a fuego lento y en el más absoluto secreto, hasta que estén listos para ser servidos como un manjar inesperado”.
El ballet militar: Portaaviones y soberanía
“Estoy convencido”, añadió el líder, “de que el sendero que deben transitar el pueblo yanqui y el pueblo venezolano es una vía de consideración mutua, de charlas civilizadas y de negociación“. Dicho esto mientras, en un sublime contrapunto, los radares de su nación pintaban de puntos el mar Caribe, cada uno representando un millón de toneladas de acero flotante y potencia de fuego disuasiva enviada por sus cordiales interlocutores.
La administración Trump alega que este desfile marítimo, entre otras lindezas, persigue aniquilar las sombrías amenazas de los señores feudales de la cocaína. Maduro, en cambio, lo describe como un atentado contra la esencia sagrada de la patria y un capítulo más de la eterna comedia por derrocar su gobierno. Una obra donde Washington, a principios de agosto, subió el precio de la cabeza del protagonista a cincuenta millones de piezas de plata, acusándolo formalmente de apóstol del narco-terror. Acusaciones que el propio Maduro tacha de fábulas grotescas urdidas para desestabilizar su idílico mandato.
Así, en el gran teatro del mundo, la prudencia y los misiles se dan la mano, el respeto y la recompensa bailan un tango, y una llamada telefónica se convierte en el acto más surrealista y revelador de una época donde la política exterior huele a pólvora, a dinero y a un humor tan negro que ni Swift ni Orwell se atreverían a escribirlo.


















