El Vaticano designa a un obispo francés para liderar la comisión de protección infantil

ROMA — En un giro que nadie vio venir (o quizá todos, pero preferimos el suspense), el Papa León XIV ha decidido que la mejor manera de demostrar su compromiso inquebrantable con la lucha contra el abuso clerical es nombrar a otro obispo para presidir la comisión asesora de protección infantil. Esta vez, el elegido es Thibault Verny, un francés de 59 años que, según fuentes vaticanas, “conoce el tema de primera mano”.

Verny reemplaza al cardenal Sean O’Malley, quien durante una década logró lo imposible: mantener una comisión que, como un elefante en una cacharrería, hacía mucho ruido pero poco cambio. Entre sus logros destacados está la recomendación de crear un tribunal para juzgar obispos encubridores, idea que fue archivada con la misma urgencia con la que se esconde un escándalo en un cajón dorado.

La comisión, que en teoría debía ser el brazo ejecutor de la justicia divina, se ha convertido en un spa terapéutico donde las víctimas pueden desahogarse y los obispos aprenden a redactar directrices con la misma eficacia que un manual de buenas intenciones. Verny, experto en auditorías tras el devastador informe de 2021 que reveló 330 mil abusos en Francia, promete “seguir el legado” de su predecesor. Es decir, más reuniones, más elogios y, con suerte, algún milagro.

Mientras tanto, el Papa León XIV —quien, recordemos, nació en Estados Unidos pero adoptó el acento romano como si fuera un traje de gala— ha decidido tomarse unas vacaciones de seis semanas en su residencia veraniega. Porque, al fin y al cabo, ¿qué mejor momento para reflexionar sobre la protección infantil que bajo el sol de la campiña italiana?

En un comunicado cargado de ironía involuntaria, O’Malley elogió a Verny como una “brújula moral“, olvidando mencionar que en este barco eclesiástico, la brújula suele apuntar hacia el norte de la opacidad. Verny, por su parte, juró “construir sobre ese legado”. Y así, el ciclo se repite: nuevos rostros, viejos problemas, y una fe inquebrantable en que, esta vez sí, las palabras se convertirán en acciones. O al menos en otro informe.