Internacional
La confianza del consumidor se hunde mientras Trump juega al Monopoly con la economía
La fe en el sueño americano se desinfla más rápido que un globo en manos de un niño hiperactivo.

En un giro que nadie vio venir (excepto todos), la confianza del consumidor estadounidense ha caído más bajo que los estándares éticos de un reality show, marcando su quinto mes consecutivo de descenso. Los economistas, esos adivinos modernos que predicen el pasado con precisión envidiable, se rasgan las vestiduras mientras el ciudadano promedio intenta descifrar si pagará más por su televisor que por su hipoteca.
El índice de la Universidad de Michigan –esa brújula que nadie entiende pero todos citan– revela que la fe en la economía está por los suelos, literalmente. Con un descenso del 2.7% en mayo, alcanzamos el segundo nivel más bajo en 75 años, solo superado por ese momento en 2022 cuando todos descubrimos que el “capitalismo resiliente” era un oxímoron. Desde enero, la confianza ha caído casi un 30%, demostrando que las matemáticas sí pueden predecir el desastre.
El gran arquitecto de este circo, el expresidente Donald Trump, sigue jugando a la guerra comercial como si fuera Risk, imponiendo aranceles del 145% a China porque, al parecer, alguien le dijo que “más es mejor”. El resultado: una economía que avanza hacia el abismo con la elegancia de un elefante en una tienda de porcelana. Aunque la Casa Blanca ha retrocedido en algunas medidas (solo después de que Walmart empezara a vender riñones como opción de pago), los aranceles siguen siendo tan altos que hasta los productos “Made in USA” se sienten extranjeros.
Lo más hilarante es la brecha partidista: los demócratas están tan optimistas como un pesimista en un apocalipsis zombie (33.9 de confianza), mientras que los republicanos, aunque en declive, aún creen que el mercado se autorregulará como por arte de magia (84.2). La polarización es tal que pronto necesitaremos dos índices: uno para quienes ven el vaso medio vacío y otro para quienes insisten en que el vaso no existe porque es una conspiración.
Mientras tanto, Walmart –ese termómetro no oficial de la desesperación nacional– anuncia subidas de precios justo cuando las familias preparan el “back to school”, porque nada dice “educación” como elegir entre cuadernos o comida. Y aunque la inflación real es del 2.3%, los consumidores prevén un 7.3%, porque si hay algo que Estados Unidos hace mejor que nadie es exagerar. ¿Optimismo? Eso quedó en 2019, junto con la inocencia y los precios razonables.
En resumen: la economía avanza hacia lo desconocido, los políticos juegan al ajedrez sin saber las reglas, y el ciudadano medio solo quiere saber si podrá permitirse llorar en privado o tendrá que hacerlo en oferta grupal. Bienvenidos al capitalismo tardío, donde el único índice que sube es el del absurdo.

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