En un giro tragicómico digno de un guion de Black Mirror, la policía de Liverpool confirmó el arresto de un conductor que, en un acto de brillantez automovilística, decidió convertir el festejo por el título de la Premier League en un juego de bolos humano. El sujeto, cuyo nombre se reserva para futuras nominaciones al Premio Darwin, embistió a una multitud de fanáticos que, ingenuamente, creían que celebrar en la calle era seguro.

Las autoridades de Merseyside, mientras limpiaban el sudor de sus frentes tras otra jornada heroica protegiendo al público de sí mismo, confirmaron que investigan si el conductor confundió el acelerador con un pedal de alegría colectiva. Mientras tanto, los hinchas heridos recibieron el consuelo de saber que su sacrificio quedará inmortalizado en memes y tweets sarcásticos.

El incidente coronó una jornada de desfiles donde el fútbol inglés demostró, una vez más, que puede unir a las masas… en el caos. Desde el Arsenal femenino hasta el Crystal Palace, los equipos desfilaron trofeos como si fueran reliquias sagradas en medio de una procesión de fieles ebrios de pasión (y probablemente de otras cosas). En Liverpool, los jugadores exhibieron el trofeo desde autobuses decorados con la frase “Nuestro de Nuevo”, mientras los aficionados respondían coreando “¡Aunque nos cueste la vida!”.

La procesión de los Reds, escoltada por un ejército de policías que claramente subestimaron su sueldo, avanzó entre nubes de humo rojo y lluvia, combinando elementos de un apocalipsis climático con una fiesta de pueblo. Los fuegos artificiales, disparados desde el Royal Liver Building, sirvieron como metáfora perfecta: brillante por un momento, peligroso al caer.

El arquero Alisson Becker, filósofo accidental, resumió el espíritu del día: “Celebremos hoy, porque mañana el fútbol nos hará llorar”. Palabras sabias, aunque quizás no las que esperaban escuchar los atropellados.