La incursión burocrática que sacudió el santuario de los refugiados

En un alarde de celo administrativo que hubiera enrojecido de orgullo a los más meticulosos burócratas del Imperio, las fuerzas del orden de Israel, en una operación digna de una epopeya homérica, asaltaron con montacargas y camiones el sagrado recinto de una agencia de las Naciones Unidas. No fue un asalto cualquiera, sino una incursión pedagógica, una lección práctica sobre el cumplimiento de las ordenanzas municipales impartida a la luz de la luna en Jerusalén Oriental.

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), ese mastodonte benéfico acostumbrado a la inmunidad y los privilegios diplomáticos, se despertó sobresaltada al descubrir que sus puertas ya no eran inviolables. El barrio de Sheikh Jarrah, escenario de este nuevo capítulo de la comedia humana, fue testigo de cómo un despliegue policial de proporciones casi bélicas se materializó para ejecutar la más noble de las misiones: cobrar una deuda. ¡Qué sublime paradoja! Mientras en Gaza la tragedia se escribe con bombas, en Jerusalén se escribe con facturas vencidas y montacargas.

El arte de la gestión pública, reinterpretado

Las autoridades israelíes, con la serenidad de un contable frente a un libro mayor desbalanceado, explicaron que todo se trataba de un mero procedimiento municipal. La UNRWA, en cambio, con la indignación de quien ve profanado su templo, vociferó que se trataba de una maniobra más en la cruzada para asfixiar sus operaciones humanitarias. He aquí el eterno diálogo de sordos: de un lado, la fría letra de la ley; del otro, el grito caliente de la necesidad. ¿Quién necesita bloqueos navales o muros cuando se tiene el poder devastador de la morosidad y una orden judicial?

Agrandando el abismo, un recibo a la vez

Con una lógica que Jonathan Swift hubiera admirado, la organización advirtió que este enérgico método de cobranza no hace sino agravar la crisis humanitaria para millones de almas desplazadas. Es un toque de genialidad perversa: en el preciso instante en que los fondos estadounidenses se evaporan, se envía a la policía a golpear la puerta para reclamar el pago de servicios. Es como apagar un incendio quitándole al bombero la manguera y, acto seguido, multarle por tener el césped demasiado seco. Una farsa monumental donde la víctima es acusada de su propia victimización, y la ayuda, obstruida en nombre del orden, se convierte en el espectáculo absurdo que todos pretenden no ver.

RELACIONADOS

Ultimas Publicadas

Matamoros

¿QUÉ PASO AYER?

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio