FARMACIAS DEL BIENESTAR: EL BOTIQUÍN DEL DOCTOR CHAPATÍN QUE NACIÓ EN LA MAÑANERA

En la banqueta apareció un carrito blanco que parecía escapado del sketch del Doctor Chapatín: pequeño, simpático, ordenadito… y con más simbolismo que medicina. Lo presentaron en la mañanera como quien presume el maletín mágico del humorista: “Aquí cabe el bienestar”. Y medio país, con esa mezcla tradicional de risa y desconfianza, se preguntó si también venía con la famosa bolsita de papel para los nervios.

La puesta en escena tuvo algo de estreno televisivo. Claudia Sheinbaum abrió las puertas del gabinete montado sobre ruedas con la precisión de quien revela una nueva temporada, no un programa social. Los frascos alineados, las cajitas impecables, la estética milimétrica: un módulo portátil que cabe completo en una fotografía. Una farmacia que, más que infraestructura, parecía un mensaje. La promesa oficial era clara: surtir recetas sin filas. Pero en el aire flotaba otra sensación: el sistema de salud respiraba profundo, como actor que entra a cuadro sin haber ensayado suficiente.

El nuevo modelo nace de Salud Casa por Casa: una brigada que toca puertas, revisa signos vitales en las salas, diagnostica entre sillones familiares y entrega recetas con folio. Ese recorrido doméstico termina ahora en un carrito que espera en unidades médicas y Tiendas del Bienestar, igual que las aventuras del Doctor Chapatín terminaban con una frase moral en tono de chiste involuntario. El Estado ya no solo receta: ahora reparte, distribuye, se despliega… y lo hace en versión compacta.

El Estado de México se convirtió en el foro de grabación del piloto nacional. Quinientos módulos distribuidos en municipios que conocen la palabra “fila” como un género literario propio. Naucalpan, Ecatepec, Valle de Chalco, Atlacomulco: escenarios donde el derecho a la salud siempre llega tarde y a veces no llega. Los módulos contienen apenas 22 medicamentos, pero son los estratégicos: hipertensión, diabetes, dislipidemias. Es un catálogo quirúrgico, práctico y políticamente fotogénico. Si esto fuera televisión, aquí sonaría el aplauso enlatado mientras el público mira el carrito como si fuera un milagro administrado en dosis.

La imagen del panel lateral —el rostro sereno, la mirada que avanza, la estética épica— es dirección artística pura. Una narrativa visual que intenta transmitir dignidad, confianza, futuro. Sin embargo, detrás del carrito se asoma el fantasma inevitable: años de desabasto, compras fallidas, bodegas vacías, diagnósticos que no encontraron medicamento. El botiquín sonríe para la cámara, pero la memoria del paciente es más larga que la conferencia matutina.

Y es aquí donde el minimalismo se vuelve doctrina. La farmacia que cabe en un carrito representa una filosofía de gobierno: micro-soluciones para macro-problemas. Proyectos pequeños, tangibles, transportables; símbolos móviles que prometen más de lo que pesan. Es eficiente, sí. Es práctico, también. Pero revela algo más grande: si el sistema completo depende de estos módulos portátiles, más vale que el país no tropiece, porque todo el bienestar se viene abajo de un solo empujón.

Las Farmacias del Bienestar no nacieron como infraestructura, sino como narrativa. Son un botiquín que intenta curar algo más grande que la enfermedad: la necesidad del gobierno de demostrar que esta vez sí hay medicina, sí hay Estado, sí hay respuesta. El detalle está en que el remedio, como en los viejos sketches del Doctor Chapatín, puede funcionar… o puede convertirse en el chiste del día siguiente.

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