En la banqueta, un póster viejo de Warner Bros. parpadeaba como si pidiera auxilio. Y de pronto, apareció la mochila roja de Netflix presionando un gigantesco botón de “Next Episode” encima del escudo dorado. No era una metáfora: era el nuevo orden del entretenimiento, anunciado sin subtítulos.
La primera escena dibuja a Hollywood como una sala de cine antigua, con butacas vacías y olor a mantequilla rancia. Entra Netflix con la seguridad de quien ya sabe el final de la película. Saca su billetera de 82 mil millones de dólares y compra el proyector completo. En la pantalla aparece un mensaje: “Este estudio será actualizado en breve.”
En otra viñeta, HBO mira su reflejo en la ventana del estudio: antes era el aristócrata de la televisión, el que hablaba bajito y hacía series que ganaban premios. Ahora está sentado sobre una caja de mudanza con la etiqueta “Premium pero absorbible”. A su lado, un algoritmo sonríe mientras mide cuántos minutos dura la nostalgia.
La siguiente escena caricaturiza a los fanáticos que crecieron con Warner. Están entre confundidos y fascinados: ven a Harry Potter, Batman y Bugs Bunny subiendo a un camión rojo que dice “Netflix Logistics”. Y en un pizarrón cercano, un productor de Hollywood escribe: “Si no puedes vencerlos… véndeles tus héroes.”
La cuarta escena muestra a los reguladores antimonopolio con sus lupas, sudando como maestros revisando tarea atrasada. Uno pregunta: “¿No será mucho poder para una sola plataforma?” Y el público, desde la banqueta, responde: “Pues sí, profe… pero ¿ya viste lo que van a estrenar?”
Lo inquietante no es que Netflix haya comprado Warner… sino que, por primera vez, un algoritmo es dueño de la nostalgia humana. Las historias no solo se cuentan: se programan.
Hollywood ya no es un estudio: es una pestaña.
Y Netflix ya no compite… edita el guion de lo que recordaremos.
Columna elaborado por:
La sombra desde la banqueta
