El ballet burocrático de la soberanía en la frontera

En un acto de sublime teatralidad geopolítica, los altos sacerdotes de la diplomacia celebraron esta mañana el Segundo Gran Concilio del Grupo de Implementación de lo Evidente entre las naciones de México y Estados Unidos. El evento, cargado de la pompa y el circunloquio característicos de estos rituales, sirvió para confirmar maravillosamente que ambos países siguen existiendo y que la frontera, ese abstracto concepto dibujado con líneas imaginarias, continúa siendo un tema de conversación.

¿Qué sublimes verdades se murmuraron en el sanctasanctórum de la seguridad?

El oráculo, conocido por los plebeyos como la Secretaría de Relaciones Exteriores, profirió con solemnidad que la reunión consistió en “dar seguimiento” a una serie de “acciones” pertenecientes al Programa de Cooperación para la Seguridad del Limite Territorial y la Aplicación de la Normativa. Dicho en el lenguaje de los mortales: se revisó la lista de cosas que ya se habían acordado hacer, confirmando con satisfacción que seguían estando en la lista.

El comunicado, una joya de la retórica burocrática, fue sazonado con los mantras sagrados e inmutables que deben recitarse en estos aquelarres para ahuyentar a los espíritus de la crítica: “respeto irrestricto a la soberanía“, “responsabilidad compartida pero cuidadosamente diferenciada” y la siempre deliciosa paradoja de la “colaboración sin subordinación“, un concepto tan etéreo y perfecto como un unicornio jurando lealtad a un león sin ser devorado.

Los sumos pontífices del ceremonial bilateral

Los ritos fueron presididos por el honorable Roberto Velasco</strong, mayordomo provisional del reino exterior mexicano, y su contraparte norteamericana, el emisario Ronald Johnson. Juntos, dirigieron a sus respectivas cohortes de acólitos y escribas en la compleja coreografía de asentir con la cabeza, intercambiar documentos con logos brillantes y pronunciar la palabra “desafíos” con la mezcla precisa de preocupación y determinación que el guión exige. El resultado, sin duda, fue un robusto refuerzo de la realidad: la maquinaria de la diplomacia sigue girando, produciendo su inconfundible sonido de papeles siendo archivados y fotografías para el archivo histórico.

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