Nacional
México se convierte en un horno mientras los políticos ofrecen sombrillas de papel
El país se derrite mientras las autoridades prometen que el infierno terminará… algún día.

En un giro cómico-tragédico digno de un reality show apocalíptico, la nación entera se ha transformado en un gigantesco asador al aire libre, donde los ciudadanos son las carnitas y los gobernantes los chefs que, en lugar de apagar el fuego, discuten sobre qué salsa usar para acompañar el desastre. La segunda ola de calor del año no es sino un recordatorio de que el cambio climático es como ese invitado borracho en las fiestas: todos saben que está ahí, pero nadie quiere lidiar con él directamente.
Las autoridades, siempre tan diligentes en declarar lo obvio, han anunciado con solemnidad que el mercurio está alcanzando niveles dignos de un episodio de Black Mirror tropicalizado. Mientras tanto, los termómetros en algunos estados compiten por el récord Guinness de “Lugar donde mejor se cocina un huevo en el pavimento”. Chihuahua, Nuevo León y compañía podrían perfectamente sustituir los hornos convencionales: ¿para qué gastar en gas cuando tienes un sol que trabaja horas extras sin cobrar?
La Ciudad de México, en un alarde de moderación climática, solo hierve a fuego lento con sus “templados” 32°C, que combinados con la contaminación crean la experiencia sauna-postapocalíptica perfecta para turistas masoquistas. Los capitalinos pueden elegir entre asfixiarse en el transporte público o derretirse caminando, un dilema digno de Sísifo con bloqueador solar.
Las recomendaciones oficiales son un dechado de creatividad burocrática: “No se exponga al sol” (¿en un país donde la sombra es un lujo?), “Use ropa ligera” (como si alguien planeara usar abrigo de pieles) y “Hidrátese” (revolucionario consejo descubierto justo ahora, en el siglo XXI). Mientras tanto, los grupos vulnerables son invitados a este reality de supervivencia extrema sin premio final, excepto quizá el derecho a quejarse en redes sociales.
Lo más hilarante es que, en medio de este panorama dantesco, algunas regiones todavía registran temperaturas bajo cero por las noches, como si la naturaleza misma estuviera jugando un chiste cruel de “quemaduras y congelación en el mismo paquete turístico”. Oscilaciones térmicas que harían llorar a un termómetro de mercurio… si no se hubiera evaporado ya.
El Servicio Meteorológico Nacional emite alertas con la eficacia de un semáforo descompuesto: todos ven el peligro, pero nadie sabe realmente cómo reaccionar. Las medidas preventivas se difunden con la misma urgencia con que se anuncia una receta de cocina, mientras los políticos se turnan para aparecer en foto con termómetros gigantes, como si medir el problema fuera lo mismo que resolverlo.
En este circo climático donde el país entero es el espectáculo, solo queda reír para no llorar… y asegurarse de que las lágrimas no se evaporen antes de caer. ¿El verdadero golpe de calor? Saber que cuando pase esta ola, vendrá otra, y otra, mientras seguimos debatiendo si el cambio climático es real entre sorbos de agua embotellada que cuesta más que nuestra dignidad.

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