Una mirada desde la trinchera económica
He visto pasar muchas políticas comerciales a lo largo de los años, y déjenme decirles que la reciente aprobación del paquete de tarifas a naciones sin tratado con México, anunciada por el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, tiene un sabor a medida de protección industrial clásica, pero con un contexto moderno. No es solo teoría; recuerdo épocas donde la ausencia de estas barreras dejó cicatrices profundas en parques industriales locales. Ebrard sostiene que este mecanismo estimulará la manufactura nacional y será un dique para miles de puestos de trabajo, argumentando que el efecto sobre los precios será casi imperceptible, con un cálculo de solo 0.2 puntos porcentuales anuales en la inflación. La experiencia me ha enseñado que el verdadero desafío está en la ejecución y el monitoreo constante para que ese impacto mínimo se mantenga.
El detalle que marca la diferencia: ¿protección o aislamiento?
El nuevo esquema de impuestos a la importación es agresivo, con alzas de hasta 50% en más de mil fracciones, apuntando directamente a bienes finales como los automóviles. La promesa de una recaudación cercana a los 70 mil millones de dólares suena a música para las finanzas públicas, y en el papel, es una estrategia loable para fortalecer la producción interna. Sin embargo, he aprendido que el camino está plagado de complejidades. Una lección clave es que proteger industrias ineficientes a perpetuidad puede ser contraproducente; la protección debe venir acompañada de un plan claro de mejora de la productividad y la innovación nacional. De lo contrario, solo se pospone una inevitable reconversión.
El consenso sectorial: un escudo tejido a muchas manos
Durante su participación en el foro “Crece tu Pyme con pagos digitales”, organizado por VISA y la Secretaría de Economía, Ebrard reveló un dato crucial: la medida fue moldeada con la opinión de 30 sectores productivos. Este punto es vital. En mi trayectoria, he visto cómo las políticas tomadas desde un escritorio, sin el pulso de la planta fabril, suelen fracasar. El objetivo declarado es nivelar el campo de juego frente a competidores con sobrecapacidad productiva que inundan mercados con precios de dumping, una práctica que ha golpeado históricamente a los ramos textil, del mobiliario y de los juguetes. La sabiduría práctica indica que escuchar a la industria es el primer paso, pero el segundo, y más difícil, es lograr un equilibrio que no asfixie a las empresas que dependen de insumos importados para competir.
La advertencia del secretario es grave: sin esta barrera, se pondrían en jaque unos 350 mil empleos para 2026, ante el avance imparable de compras desde Indonesia, Vietnam y, principalmente, China. Él insiste en que no es una acción contra un país, sino una salvaguardia para sectores estratégicos. Desde mi perspectiva, este es el meollo del asunto. He sido testigo de cómo la globalización puede crear ganadores y perdedores de la noche a la mañana. La credibilidad de esta medida no radicará en su anuncio, sino en su capacidad para generar una ventana de oportunidad real donde la industria mexicana se modernice, se vuelva más competitiva y, finalmente, pueda enfrentar al mundo con sus propias fortalezas, más allá de los aranceles. Esa es la verdadera prueba que solo el tiempo y los resultados concretos podrán calificar.


















