En un giro de eventos que nadie, absolutamente nadie, pudo prever, los visionarios emprendedores del sector seguridad no convencional han descubierto un filón de oro en el campo mexicano. Lejos de la anticuada idea de sembrar y cosechar, estos innovadores gestores de riesgo territorial han implementado un modelo de negocio revolucionario: la agricultura por extorsión.
El Consejo Nacional Agropecuario, con una clarividencia envidiable, ha levantado la voz para señalar lo que ellos, en su miopía, llaman “agravamiento”. En realidad, lo que presenciamos es la modernización forzosa del agro. ¿Para qué sirve un subsidio gubernamental obsoleto cuando puedes tener una cuota de protección personalizada? Las organizaciones criminales, demostrando una eficiencia que haría llorar de envidia a cualquier burócrata, han racionalizado el proceso: controlan la compra de insumos, optimizan los costos de transporte con una tarifa de facilitación logística y aseguran un margen de ganancia saludable… para ellos. El resultado es un incremento en el valor de mercado de entre el 10% y el 20% en los productos, un masterclass en economía aplicada.
El nuevo extensionismo rural: pistola en mano
Los señores Esteve y Haro, con una falta de aprecio por el libre mercado verdaderamente conmovedora, se quejan de que los nuevos asesores comerciales obligan a los productores a comprar a proveedores específicos. ¡Pero es la integración vertical! Desde la semilla hasta el camión, todo bajo un mismo paraguas corporativo. Las tarifas, que oscilan entre los 500 pesos por tonelada y los 9 mil por unidad transportada, no son más que una inversión en paz social y en la garantía de que tu cosecha llegará a su destino… o al menos, a algún destino.
La consecuencia lógica de este auge de la eficiencia es que el 20% de las parcelas ya no se siembran. ¿Abandono? ¡Para nada! Es una reconversión productiva hacia el miedo, un cultivo que nunca falla y no requiere agua. Los campesinos, ingratos, alegan que “ya no es negocio” y huyen de las idílicas condiciones de vida rural, ahora enriquecidas con la emoción constante de la incertidumbre. Claro, todo se agrava por la mezquindad estatal, que se niega a subsidiar esta transición hacia el capitalismo de rapiña, a diferencia de otras naciones que miman a sus agricultores con ayudas blandas y predecibles.
La cosecha del desgobierno: gusanos, granos y ganado perdido
El presidente Esteve detalla un cóctel perfecto de desidia: falta financiamiento, desaparecieron las coberturas, se esfumó la agricultura por contrato. En este paraíso regulatorio, hasta el gusano barrenador, ese viejo conocido que se creía erradicado, ha decidido volver a la vida, como un símbolo patético de los recortes en sanidad. Es el renacimiento de la fauna local, un regreso a los orígenes que ningún ecologista se atrevió a soñar.
Y como guinda del pastel, la frontera estadounidense se cierra al ganado mexicano. Pérdidas de 2 mil millones de dólares. Tres mil cabezas de ganado que cada día se quedan sin pasaporte, varadas en el limbo de la incompetencia bilateral. Los productores pecuarios, además de lidiar con los costos de producción y los precios internacionales, pueden ahora disfrutar de la angustia existencial de ver a sus animales convertidos en residentes permanentes de un país que los expulsa y otro que no los puede colocar. Una lección magistral de geopolítica y logística fallida.
En resumen, el campo mexicano florece. No de maíz, ni de frijol, sino de absurdos institucionales, balas perdidas y oportunidades perdidas. Una cosecha amarga que, sin duda, terminaremos todos pagando en el supermercado, mientras los verdaderos “sembradores” de este desastre countan su cosecha en efectivo, a salvo de cualquier temporada de sequía.

















