El Gran Desfile de los Inocuos Molestos
En un despliegue de fervor cívico que solo puede ser catalogado como una temeraria subversión del orden establecido, miles de miembros de la Generación Z, armados hasta los dientes con teléfonos inteligentes y una inquietante capacidad para coreografiar consignas en TikTok, emprendieron una peligrosa peregrinación desde el sagrado Ángel de la Independencia hasta el corazón mismo del poder, el Zócalo. Las Webcams de México, en un acto de complicidad con la insurrección, permitieron a la ciudadanía atestiguar en tiempo real cómo este ejército de jóvenes, cuya principal amenaza era su exasperante idealismo, crecía de manera alarmante al avanzar por los bulevares del imperio, Reforma y Avenida Juárez.
Como en los mejores tratados de estrategia militar, las fuerzas del orden, esos guardianes de la paz perpetua pertenecientes a la Secretaría de Seguridad Ciudadana, se desplegaron en formaciones paralelas, una coreografía de contención que buscaba, sin duda, abrazar con su presencia a los manifestantes. Para las 11:30 horas, el bloque juvenil ya constituía una horda de dimensiones épicas, un virus social que se propagaba imparable hacia el Centro Histórico, infectando a su paso con ideas tan peligrosas como la esperanza.
El Éxodo Hacia el Olimpo del Poder
El mediodía encontró a la multitud incrementando su masa crítica cerca de la Fuente de la República y la Torre Caballito, dos monumentos que, atónitos, presenciaban esta procesión laica. Poco después de las 13:20 horas, la marea humana alcanzó la plancha sagrada del Zócalo, donde se fusionaron jóvenes, ciudadanos de provincias y hasta médicos—profesionales cuyo único delito era pretender sanar—, formando un concilio de disidencia que amenazaba con derribar los cielos con el estruendo de sus demandas.
La Respuesta del Leviatán: Un Abrazo de Gases y Bastones
Y entonces, el Estado, en su infinita sabiduría y compasión, respondió. No con diálogo, ese arte perdido, sino con el lenguaje universal de la autoridad: el gas lacrimógeno. A las 13:26 horas, frente a los muros imponentes de Palacio Nacional, se desplegó el perfume oficial, una nube acre que sofocaba no solo las vías respiratorias, sino cualquier atisbo de disenso. Los elementos de seguridad, con la precisión de cirujanos, procedieron a la “replegación” de los manifestantes, un eufemismo maravilloso para describir la coreografía del miedo y la dispersión. En el gran teatro de la democracia, el acto final siempre lo escriben los que custodian las puertas del reino.













