México en la encrucijada: ¿Crisis o semilla de una revolución económica?
Las proyecciones del Instituto de Finanzas Internacionales pintan un panorama sombrío y familiar: México, con un crecimiento raquítico del 0.3% en 2025 y un 0.9% en 2026, se rezaga no solo del mundo, sino de su propia región. Argentina, con un rebote del 4.3%, y Brasil, con un 2.3%, parecen dejar atrás a la segunda economía de América Latina. La narrativa está servida para el pesimismo. Pero, ¿y si este diagnóstico es el síntoma perfecto de una mirada obsoleta? ¿Y si el problema no es el crecimiento lento, sino nuestra definición arcaica de lo que significa crecer?
Observar el Producto Interno Bruto (PIB) como el único termómetro de la salud económica es como medir el éxito de un bosque solo por su altura promedio. Oculta la biodiversidad, la resiliencia del suelo y la innovación en los ecosistemas subterráneos. México se enfrenta no a una simple desaceleración, sino a una invitación urgente a un cambio de paradigma. Mientras los flujos de capital extranjero aumentan al 4.9%, atraídos por tasas de interés y un dólar débil, la pregunta disruptiva es: ¿estamos captando capital para alimentar un modelo agotado o para financiar la transición hacia uno nuevo?
Conectando los puntos invisibles: De la dependencia a la disrupción
La historia económica lineal nos dice que un país debe seguir un camino predecible: manufactura, exportaciones, consumo. Pero el pensamiento lateral nos obliga a cuestionar: ¿Qué activos intangibles e infrautilizados posee México que el mundo del mañana valorará por encima de las materias primas? Imagina convertir la vasta experiencia en cadenas de suministro globales, heredada del T-MEC, en el laboratorio mundial para la logística regenerativa y la economía circular. O transformar la crisis energética en un salto cuántico hacia un modelo descentralizado, donde cada comunidad pueda ser productora y gestora de su propia energía limpia.
El informe del IIF advierte sobre ciclos políticos y desafíos fiscales como frenos. La visión innovadora los reinterpreta como catalizadores de agilidad. La incertidumbre, en un sistema rígido, es una amenaza; en un ecosistema ágil y emprendedor, es el caldo de cultivo para la adaptación rápida y las soluciones hiperlocales. Corea del Sur y Finlandia en el pasado, o Vietnam y Estonia hoy, no superaron sus crisis aferrándose a lo conocido, sino abrazando la reinvención radical.
La oportunidad oculta: Reinventar las reglas del juego
Mientras la economía global avanza al 3.3%, persiguiendo un crecimiento a menudo extractivo, México tiene la oportunidad clandestina de diseñar un modelo de prosperidad post-crecimiento. Uno que mida el éxito no en puntos porcentuales del PIB, sino en la reducción de la desigualdad, la regeneración ambiental, la densidad de innovación tecnológica con propósito social y la fortaleza del capital comunitario.
Los flujos de capital que llegan no deben irrigar solo los sectores tradicionales. Deben ser el combustible para una explosión de creatividad empresarial en bioeconomía, inteligencia artificial aplicada a problemas locales, fintech para la inclusión real y la construcción de infraestructura digital soberana. El “rezago” pronosticado es, en realidad, el espacio de maniobra para experimentar sin el lastre de una maquinaria industrial pesada que defender.
La advertencia final del IIF sobre un entorno global “constructivo” pero incierto es la clave. La era de la estabilidad predecible se acabó. El futuro no pertenecerá a los países más grandes o más ricos del pasado, sino a los más adaptables, imaginativos y audaces para reescribir sus propias reglas. México, con su juventud, su posición geopolítica y su histórica capacidad de resiliencia, no está condenado a crecer por debajo del promedio. Está posicionado, si se atreve, para definir un nuevo promedio. La pregunta no es cuándo alcanzaremos el 3%, sino si tenemos el valor de construir algo para lo que aún no existe una métrica.












