El INE convierte la democracia en un espectáculo de magia electoral

En un alarde de innovación democrática, el Instituto Nacional Electoral (INE) ha decidido que las elecciones judiciales sean una suerte de examen de opción múltiple con respuestas premarcadas. Los famosos “acordeones”, distribuidos con la discreción de un repartidor de pizzas, son ahora material pedagógico avalado por la institución. “¿Por qué votar a ciegas si puedes votar con las instrucciones del partido en la mano?”, parecen preguntarse los genios de la transparencia.

Guadalupe Taddei, consejera presidenta del INE, defendió esta revolucionaria metodología con argumentos dignos de un manual de autoayuda: “Los ciudadanos no son borregos, pero si quieren serlo, ¡que lo sean con estilo!”. La lógica es impecable: si ya imprimieron los acordeones con dinero público, ¿qué mejor que usarlos? Total, como dijo otro consejero, “en la casilla no haremos cacheos… al menos no de papel”.

Lo más hilarante es la justificación legal: “No es propaganda, es educación cívica”. Claro, porque repartir folletos con nombres y fotos de candidatos afines días antes de la elección es tan espontáneo como un meme viral. Eso sí, el INE aclaró con solemnidad que “el día de la votación ya no se pueden repartir”. ¿Acaso creen que la gente los confundirá con cupones de descuento?

Mientras tanto, REFORMA destapó que el gobierno de la CDMX pagó a voluntarios 8 mil pesos mensuales para repartir estos “materiales didácticos”. Pero tranquilos: el consejero Espadas aseguró que esto no afectará la elección. ¿Por qué? Porque según él, “los ciudadanos son libres de ignorar los acordeones… o de usarlos como servilletas”. ¡Viva la autonomía del votante!

Para rematar, el INE anunció que hará una “autocrítica poselectoral”. Es decir: primero validan el circo, luego evalúan si el trapecio estaba bien lubricado. Y mientras 9 casillas en Chiapas permanecerán cerradas “por conflictos”, más de 83 mil funcionarán… aunque algunas probablemente con acordeones de regalo bajo la urna.

Lo único claro en este festival de absurdos es que, en México, la democracia ya no es un sistema, sino un género literario: realismo mágico electoral.