¡Alerta de Milagro Burocrático en el Circo Deportivo!
En un acto de heroísmo legislativo sin precedentes, el augusto Senado de la República ha descubierto la fórmula mágica para combatir un mal ancestral: la violencia de género. Su plan maestro, tan audaz como revolucionario, consiste en reescribir unos artículos en el sagrado pergamino de la Ley General de Cultura Física y Deporte. Sí, han leído bien. Mientras los estadios corean cánticos misóginos y los vestuarios guardan secretos a gritos, nuestros salvadores han decidido que el problema se soluciona añadiendo un “BIS” al artículo 40. ¡Eureka!
La Gran Purga de Papel: De la Invisibilidad a la Letra Muerta
La ilustre presidenta de la Comisión del Deporte, en un arrebato de lucidez, proclamó que la reforma, ya bendecida en su cámara de ecos, busca erradicar y sancionar el acoso de entrenadores y directivos. ¡Tremenda novedad! Es como descubrir que el agua moja, pero decidir secar el océano con un decreto. La senadora Magaña Fonseca, con la solemnidad de quien revela un misterio arcano, declaró que durante años este flagelo ha estado invisible. ¡Invisible! Como esos fantasmas que solo aparecen cuando un micrófono los capta llorando en un pasillo. Ahora, por fin, el tema está “en la mesa”. Una mesa, por supuesto, muy lejos de los gimnasios, los campos de entrenamiento y los autobuses de las giras.
El dictamen, obra maestra de la tautología jurídica, señala con audacia que se debe garantizar un entorno seguro. Para ello, define la “violencia deportiva” como toda acción que cause daño en el contexto del deporte. Una definición tan amplia y vaga que, irónicamente, podría aplicarse al daño psicológico que produce ver a un equipo perder semana tras semana. Pero el verdadero triunfo es haber incorporado esta violencia como una modalidad específica de violencia social. Un logro filológico: ahora el grito soez de un entrenador, el manoseo en la sombra y la amenaza velada tienen su propia y cómoda casilla en el catálogo de horrores de la nación. El sistema, experto en catalogar miserias, puede dormir tranquilo. Ha cumplido.
Mientras tanto, en el mundo real, las deportistas seguirán midiendo el riesgo de denunciar contra la promesa de una medalla, y los verdugos con credencial de técnico seguirán impartiendo lecciones de sumisión junto a las tácticas de juego. El Senado, no obstante, puede darse una palmada en la espalda. Ha puesto el tema en la mesa. Una mesa, eso sí, servida con los manjares de la hipocresía y regada con el vino añejo de la inacción. Brindemos, pues, por el poder transformador de la tinta. Que la realidad se atreva a desafiarlo.

















