La mañana del sábado se confirmó el fallecimiento de Abraham Quintanilla, padre de la legendaria cantante Selena Quintanilla, a los 86 años de edad. La noticia, que rápidamente conmovió a la comunidad musical y a millones de seguidores de la artista, fue dada a conocer por su propio hijo, el músico y productor A.B. Quintanilla, a través de una publicación en su cuenta de Instagram. En un mensaje cargado de emotividad, A.B. Quintanilla compartió una fotografía y escribió: “Es con un gran corazón hacerles saber que mi padre falleció hoy”. Esta declaración marca el final de una vida profundamente entrelazada con uno de los legados artísticos más perdurables de la música latina en Estados Unidos.
Abraham Quintanilla no fue simplemente el padre de una estrella; fue el arquitecto, manager y fuerza motriz detrás del ascenso meteórico de Selena y Los Dinos. Su visión y su tenacidad fueron instrumentales para navegar una industria musical que, en la época, presentaba significativas barreras para los artistas tejano-mexicanos. Reconociendo el talento excepcional de su hija desde una edad temprana, Abraham dedicó recursos y esfuerzo incansable para formar la banda familiar, gestionando giras, negociando contratos y estableciendo una disciplina profesional que sentó las bases del éxito. Su rol trascendió la gestión convencional, moldeando el sonido y la imagen del grupo, y luchando por abrir espacios en un mercado dominado por intérpretes masculinos.
Su influencia y legado se extendieron mucho más allá de la trágica y prematura muerte de Selena en 1995. En los años siguientes, Abraham Quintanilla se convirtió en el guardián principal de la memoria y el patrimonio artístico de su hija. Su trabajo más visible para el público general fue como productor ejecutivo de la película biográfica Selena, estrenada en 1997 y protagonizada por Jennifer Lopez. Su supervisión directa aseguró que la cinta, que llevó la historia de la cantante a una audiencia global masiva, mantuviera una representación fidedigna y respetuosa, consolidando el estatus de Selena como un icono cultural atemporal. Esta labor de custodia incluyó también la gestión de su música, marcas y la preservación de su legado a través de los años.
La muerte de Abraham Quintanilla cierra un capítulo fundamental en esta historia. Su figura era el último eslabón directo con la era formativa y de máximo esplendor de Selena, poseyendo un conocimiento íntimo y anecdótico insustituible. Para la industria, representa la pérdida de un pionero que entendió el potencial comercial y cultural de la música tejana antes de que alcanzara su reconocimiento mainstream. Para los fanáticos, su partida añade una capa de melancolía al legado, recordando la historia familiar que estuvo en el corazón del fenómeno. Y para la familia Quintanilla, significa la despedida del patriarca que, a pesar de la inmensa tragedia personal, trabajó incansablemente para garantizar que el talento y la alegría de su hija nunca fueran olvidados.
El impacto de su labor es imborrable. Cada vez que se escucha Como la Flor o Bidi Bidi Bom Bom, no solo resuena la voz inconfundible de Selena, sino también la determinación de un padre que creyó en un sueño y lo hizo realidad contra todo pronóstico. Su historia es un testimonio complejo del manejo familiar en el espectáculo, lleno de dedicación, control y una devoción absoluta. El fallecimiento de Abraham Quintanilla invita a una reflexión sobre las fuerzas que construyen a un icono, recordándonos que detrás de la mayoría de las leyendas artísticas hay figuras clave, a menudo en las sombras, cuyo trabajo estratégico y fe inquebrantable son el cimiento sobre el cual se erige el éxito.













