De la Crisis a la Revolución: Reimaginando los Desechos
México se encuentra en una encrucijada histórica. Mientras el modelo lineal de “tomar, hacer, desechar” colapsa bajo el peso de más de 120 mil toneladas diarias de residuos, una nueva ley no solo propone un cambio de gestión, sino un cambio de conciencia. La recién aprobada Ley General de Economía Circular no es meramente una normativa; es un manifiesto para una revolución de recursos, un desafío directo a la lógica del desperdicio que ha definido nuestro progreso.
¿Y si los vertederos a cielo abierto no fueran el fin del camino, sino el yacimiento minero del siglo XXI? La senadora Maki Ortiz Domínguez señala una paradoja brutal: entre montañas de desechos, se pierden anualmente seis millones de toneladas de materiales valiosos. Este no es un problema de basura, es un fracaso de diseño. Países como Corea del Sur o Alemania reciclan hasta diez veces más, no por ser más limpios, sino por ser más inteligentes. La pregunta disruptiva es: ¿cómo diseñamos una sociedad donde nada sea “basura”?
La verdadera innovación de esta legislación va más allá de priorizar el reúso, la reparación y el reciclaje. Establece la responsabilidad extendida del productor, un concepto que traslada el peso de la gestión del final al inicio del ciclo. Esto obliga a repensar los productos desde su concepción: ¿puede ser desarmado? ¿sus materiales pueden regresar a la biosfera o a la industria? Es el pensamiento lateral aplicado a la economía, conectando la cadena de suministro con el destino final en un círculo virtuoso.
La senadora Rocío Corona Nakamura visualiza un sistema que optimiza, disminuye y regenera. Pero la visión más radical es el enlace entre justicia ambiental y justicia social, reconociendo el papel crucial de las personas recicladoras. En lugar de verlos como actores informales, se les integra como agentes clave de esta transición. La economía circular se convierte así en una herramienta de equidad, donde la protección del planeta y la creación de oportunidades van de la mano.
Imaginar un México que reduzca su impacto ambiental en un 80% no es un sueño utópico; es un imperativo de diseño. Esta ley es el primer borazo de un nuevo esquema, donde cada envase, cada aparato electrónico, cada sobrante industrial, es visto no como un problema terminal, sino como el insumo para un nuevo ciclo de creación. El verdadero residuo no está en los tiraderos, sino en nuestra incapacidad para ver el potencial que yace, esperando ser rediseñado, en lo que hoy llamamos basura.
















