La épica burocrática frente a la furia de la naturaleza
En un giro argumental que ni el más imaginativo de los dramaturgos hubiera osado concebir, el huracán Priscila ha tenido la desfachatez de azotar varios estados sin haber solicitado antes el presupuesto correspondiente para su espectáculo de lluvia y viento. Ante esta flagrante falta de planificación meteorológica, el diputado federal Rubén Moreira Valdez ha alzado su voz en el coliseo digital para exigir al Gobierno Federal que, por favor, incluya en su próxima novela presupuestal un capítulo dedicado a los caprichos de la naturaleza.
Desde su trinchera en las redes sociales, ese moderno ágora donde los debates de estado se reducen a 280 caracteres, el coordinador priista ha descubierto la piedra filosofal de la gestión pública: que los desastres son más fáciles de sobrellevar cuando se tiene un presupuesto específico para ellos. Una revelación tan profunda como descubrir que el agua moja.
En un alarde de clarividencia política, el legislador y sus acólitos propondrán modificaciones a la iniciativa de la SHCP. Porque, ¿qué mejor momento para discutir partidas que cuando los ciudadanos nadan literalmente entre los escombros de sus hogares? La premisa es simple: si la naturaleza insiste en ser impredecible, al menos la burocracia debería tener un plan para llenar formularios mientras el agua sube.
“Se confirma el error que significó desaparecer el Fonden“, declaró el diputado, en lo que constituye la definición misma de “cerrar el establo después de que se escapó el caballo”. Los gobiernos estatales y municipales, según sus palabras, están “rebasados”, un eufemismo encantador para describir a funcionarios viendo cómo la corriente se lleva sus planes de desarrollo urbano.
Moreira Valdez, convertido en nostálgico cronista de las glorias presupuestales pasadas, recordó con lágrimas en los ojos aquellos dorados días en que el Fondo de Desastres Naturales permitía disponer de 37 mil millones de pesos inmediatamente. Hoy, en esta era de austeridad republicana, solo contamos con 19 mil millones, “siempre que el presupuesto lo permita”—una coletilla burocrática que se ha convertido en el “quizás mañana” de la gestión de emergencias.
En un detalle que pasa desapercibido para el ciudadano común pero que es fundamental para entender nuestra moderna tragedia griega, la Coordinación del Sistema Nacional de Protección Civil ha visto reducido su presupuesto en 103 millones de pesos desde 2018. Porque, seamos honestos, ¿quién necesita gestionar amenazas cuando podemos ahorrar para un tren fantasma?
Ante este panorama dantesco donde la realidad se empeña en superar a la ficción, el grupo parlamentario priista insistirá en destinar recursos extraordinarios para la reconstrucción. Una propuesta radical que consiste básicamente en usar dinero público para ayudar al público, concepto tan revolucionario que probablemente requiera de múltiples comisiones, subcomisiones y mesas de trabajo para ser implementado en 2026.
“La naturaleza no avisa, pero la omisión del gobierno agrava los daños”, sentenció el diputado, en una frase que debería grabarse en los frontispicios de todas las secretarías. Porque en el gran teatro de lo absurdo que es la política moderna, siempre es más fácil pedir responsabilidad y humanidad cuando el agua le llega a uno al cuello—especialmente si ese cuello está engalanado con una corbata de diputado.














