La justicia capitalina decreta custodias para perros y gatos en divorcios

En un alarde de progresismo legislativo que dejaría pálidos a los mismos códigos de Hammurabi, el Congreso de la Ciudad de México ha resuelto el gran dilema de nuestro tiempo: ¿Quién se queda con el caniche cuando el amor se esfuma?

Con la solemnidad propia de quien redacta la Constitución de Cádiz, 57 ilustres diputados han consagrado en el Código Civil lo que cualquier humano con dos neuronas sabía: que Firulais merece más consideración jurídica que el microondas. La reforma establece “planes de cuidados” para estos seres sintientes, como si se tratara de negociar la custodia de un reactor nuclear.

Royfid Torres, paladín de Movimiento Ciudadano, iluminó a la asamblea con una revelación bíblica: “Los millennials prefieren gatos a hijos”. Tras este hallazgo antropológico comparable al descubrimiento del fuego, propuso que los jueces valoren “quién saca más fotos instagrameables con el schnauzer” como criterio de custodia.

La diputada Luisa Ledesma, en un arrebato de realismo mágico jurídico, equiparó los derechos de un golden retriever con los de un adolescente: “Exigen croquetas premium y paseos en parques dog-friendly”, declaró, omitiendo que al menos los perros no piden el último iPhone.

Esta reforma histórica consagra a la CDMX como faro civilizatorio, donde los tribunales familiares deberán resolver si el gato Persa irá con papá los fines de semana alternos y quién cubrirá las sesiones de aromaterapia felina. Mientras, 3 millones de capitalinos siguen sin agua potable, pero hey, al menos Mr. Bigotes tendrá pensión alimenticia.

Queda pendiente legislar sobre la custodia compartida del cactus de la relación, que sobrevivió a todo como mudo testigo de los gritos.