La nueva CURP amenaza la privacidad y el sistema electoral

En un giro digno de 1984, el Instituto Nacional Electoral (INE) ha levantado la voz ante lo que parece ser el Gran Hermano disfrazado de modernidad: la Plataforma Única de Identidad y su CURP biométrica, un experimento que convertiría los datos de 100 millones de mexicanos en un buffet libre para el gobierno. ¿El menú? Desde huellas dactilares hasta el código fuente de sistemas electorales, servido sin condimentos como “consentimiento” o “supervisión”.

La nueva legislación, aprobada con la urgencia de un trámite burocrático, obliga al INE a entregar información confidencial sin más protocolo que un “por favor”. Imaginen a un ladrón pidiendo las llaves de su casa… y recibiendo además las contraseñas del banco. El informe del Registro Federal de Electores, filtrado a REFORMA, revela que ni siquiera hay consecuencias para quien abuse de estos datos. ¡Bienvenidos al Wild West digital!

Pero el verdadero absurdo llega con el desánimo ciudadano: ¿para qué tramitar una credencial de elector si la CURP lo reemplaza? Así, el padrón electoral se convertirá en un cementerio de datos desactualizados, y las elecciones, en un concurso de popularidad con votantes fantasmas. “Menos participación, menos legitimidad”, advierte el documento, como si necesitáramos otra razón para desconfiar del sistema.

La cereza del pastel: la Ley sobre Desaparición Forzada exige consulta inmediata a los datos biométricos, pero sin definir quién, cómo o por qué. Es como dar llaves maestras a un niño y esperar que no las pierda. El INE, en un arranque de lucidez, pide auditorías y trazabilidad, pero en el reino de la opacidad, esas palabras suenan a herejía.

Mientras tanto, los ciudadanos seremos meros espectadores de este circo, donde nuestros derechos a la privacidad se esfuman más rápido que un tuit polémico. ¿El próximo paso? Quizá un chip subcutáneo con promesa de “mayor seguridad”. Al fin, en la era de la posverdad, el control siempre se viste como progreso.