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Nacional

La pantomima diplomática de Rubio en el aeropuerto fantasma

Una visita protocolaria se convierte en el escenario perfecto para una farsa diplomática de proporciones épicas y compromisos etéreos.

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En un acto de realismo mágico que Gabriel García Márquez hubiera encontrado demasiado oneroso, el gran proconsul Marco Rubio, Sumo Pontífice del Departamento de Estado, descendió de su carroza de acero sobre el reino de la Terminal Fantasmal, también conocida como Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), ese monumento faraónico a la vanidad presidencial que se alza, majestuoso y solitario, en medio de la nada.

Fue recibido por una comitiva de espectros burocráticos, encabezada por el Canciller Juan Ramón de la Fuente, en lo que solo puede describirse como una ceremonia de bienvenida para un virrey que visita una colonia de cuya existencia no está del todo seguro. El Embajador Ronald Johnson sonreía con la intensidad de un hombre que sabe que el cóctel de la embajada será, por fin, el evento social de la temporada.

Esta es la cuarta cruzada del caballero Rubio por estas bárbaras tierras, aunque la primera desde que el Gran Mago Trump reclamó su trono por segunda vez. Su misión, según los arcanos textos del Departamento de Estado, es “impulsar las prioridades clave de Estados Unidos”, una frase tan vacía y resonante como las terminales del AIFA, que podría significar desde “firmar un pergamino sobre seguridad” hasta “asegurar el suministro de aguacates para los brunch dominicales de Washington”.

La agenda, se rumora, incluye firmar un acuerdo de seguridad, otro sublime artefacto retórico donde ambas naciones se prometerán derrotar al crimen, la pobreza y la maldad, probablemente con la misma eficacia con la que un hechizo derrota a un dragón. Se reunirá con la Presidenta Claudia Sheinbaum, en un encuentro donde se intercambiarán sonrisas de rigor, apretones de manos calculados al milímetro y palabras que sonarán a compromiso pero sabrán a nada.

Todo es perfecto, protocolario y estéril. Un ballet de diplomacia donde los problemas reales —los cadáveres que se acumulan, las fosas que se multiplican, la desesperación que emigra— son invitados incómodos a los que nadie menciona, por educación, en tan exquisita velada. El circo, una vez más, ha llegado a town para que todos admiremos los trajes de los payasos y olvidemos, aunque sea por un día, que el mundo se cae a pedazos.

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