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La tortilla sagrada y su viaje épico hacia los 24 pesos el kilo

Un organismo oficial descubre 27 factores, incluida la gravedad, que justifican el nuevo valor sagrado del maíz transformado.

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En un giro copernicano que ha dejado perplejos a los economistas y a los simples mortales que aún se atreven a comer, la tortilla, ese disco de maíz que sustenta la nación, ha emprendido un viaje épico de valoración. Ya no es un simple alimento, sino un bien de lujo cuyo precio final es una compleja ecuación que incluye desde el costo de la luz hasta la depresión psicológica de las máquinas tortilladoras.

El Consejo Nacional de la Tortilla (CNT), un órgano de sabiduría infinita, ha desvelado con paciencia benedictina los misterios de esta subida de precio. Resulta que el problema no es solo el maíz, idea propia de neófitos. La culpa la tiene un ecosistema completo de factores: el gas que llora, el papel alimenticio que sufre de inflación existencial, los fletes asaltados por fantasmas y, por supuesto, la depreciación de equipos, que sufren una tristeza profunda cada vez que un kilo de tortilla no alcanza los 25 pesos.

Pero el hallazgo más brillante, la joya de la corona de este análisis, es la revelación de que los programas sociales han corrompido el alma trabajadora del mexicano. ¿Para qué sudar en un tortillero si se puede recibir una dádiva estatal? Esta perversión del incentivo ha creado una generación de holgazanes que exigen salarios a cambio de su mano de obra, un concepto claramente abusivo que los sabios del CNT han denunciado con valentía.

Y no podemos olvidar a la inseguiridad, ese espectro omnipresente que no solo secuestra camiones, sino que también altera el precio del antiadherente. Es un milagro, en realidad, que la tortilla solo cueste 24 pesos y no su peso equivalente en oro. El CNT, con un realismo conmovedor, nos asegura que este ajuste es “comprensible”. Comprendemos, oh sí, comprendemos que en el gran bazar de la economía nacional, la tortilla es ahora un producto artesanal, casi una pieza de museo.

Mientras el gobierno federal distrae a las masas con iniciativas banales sobre el precio del maíz, los iluminados del CNT nos explican la verdad trascendental: el valor de la tortilla es metafísico. No se mide en kilos, sino en la suma de todas las angustias modernas. Desde Acapulco hasta Reynosa, el ciudadano común no compra tortillas, patrocina una obra de arte efímera cuyo único ingrediente tangible es el absurdo.

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