López-Gatell llega a la OMS entre elogios y cuestionamientos

En un giro digno de una tragicomedia burocrática, Hugo López-Gatell Ramírez, el hombre que convirtió las conferencias vespertinas en un espectáculo de datos contradictorios durante la pandemia, ha sido premiado con un puesto en la Organización Mundial de la Salud. ¿El mérito? Sobrevivir al escarnio público y mantener intacta su capacidad de sonreír ante las críticas.

La presidenta Claudia Sheinbaum, en un acto de compadrazgo que haría sonrojar hasta al más experimentado cacique priista, confirmó con orgullo que fue ella quien impulsó la designación. “Lo propuse yo, con todo gusto”, declaró, como si nombrar embajadores de salud fuera tan sencillo como elegir el menú de un evento partidista.

Mientras tanto, en el circo paralelo de las redes sociales, los personajes secundarios de esta farsa intercambiaban golpes dialécticos. María Elena Álvarez-Buylla, cuya gestión en Conahcyt dejó a la ciencia mexicana más seca que un desierto, aplaudía el nombramiento como si fuera un Nobel. Gerardo Fernández Noroña, siempre listo para llevar la contraria hasta en su propio bando, cuestionaba el proceso con la vehemencia de quien descubre agua en el mar.

El Senado, ese teatro donde los actores cambian de guión según sopla el viento, primero dudó y luego celebró. Todo normal en el país donde los procedimientos institucionales tienen la consistencia de un flan recalentado.

López-Gatell, por su parte, agradeció el honor con la solemnidad de un novicio en su primer día de seminario. Prometió trabajar por la salud global, aunque muchos mexicanos todavía recuerdan cuando su trabajo por la salud local consistía en recomendar quedarse en casa mientras el presidente paseaba por Palenque.

Así, entre aplausos de la corte y risas del pueblo, México exporta otro ejemplo de su singular forma de entender el servicio público: donde los errores se premian con ascensos y la lealtad vale más que los resultados.