Pemex convierte la refinería de Salina Cruz en un museo de buenas intenciones

En un acto de magia financiera que haría palidecer a Houdini, Petróleos Mexicanos (alias Pemex, alias “el hoyo negro de los presupuestos”) ha logrado lo imposible: transformar la refinería de Salina Cruz en un monumento a la procrastinación institucional. Mientras el gobierno federal presume su “autosuficiencia energética” en discursos dignos de un reality show, los proveedores locales contemplan sus facturas impagas como si fueran obras de arte abstracto: valiosas, pero incomprensibles.

El vicepresidente de la CMIC, Hugo Álvarez, reveló el truco detrás del espectáculo: “Es simple: si no pagas a los contratistas, el mantenimiento se convierte en una opción, no en una obligación”. Las plantas Primaria II y viscorreductora, rebautizadas como “las ruinas posmodernas de la eficiencia”, esperan su turno en la fila de los milagros pendientes, justo detrás del Santo Grial y la reforma fiscal.

Pero no todo son malas noticias. La nueva planta coquizadora —esa faraónica pipa de los deseos con olor a combustóleo— avanza a paso de tortuga blindada. Con un 80% de avance y solo tres años de retraso, promete ser la metáfora perfecta de la política energética nacional: costosa, lenta y con un final que todos adivinan pero nadie se atreve a anunciar.

Mientras tanto, el presupuesto de mantenimiento sufrió un “ajuste creativo” (léase: recorte digno de tijera ninja), porque ¿para qué invertir en reparar lo existente cuando puedes construir algo nuevo que tampoco funcionará? Como diría Swift: “La cordura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados distintos… pero con un hashtag oficial”.

Así, entre deudas que crecen más rápido que la espuma de un derrame y promesas más infladas que un barril en elecciones, la refinería “Antonio Dovalí Jaime” se consolida como el mejor taller de improvisación del país. ¿Producción? Qué vulgaridad. Aquí lo que se exporta es puro surrealismo institucional.