La Advertencia que Todos Veníamos Temiendo: El Campo al Límite
He visto ciclos de tensión entre el campo y las autoridades a lo largo de los años, pero este momento previo a las fiestas de Navidad y Año Nuevo tiene un tono distinto, más urgente y decidido. La reciente mesa de negociación en la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) que no fructificó el miércoles no fue un simple tropiezo; fue la gota que derramó el vaso de una paciencia que se agota. Los productores y transportistas, aliados en la frustración, han reiterado una amenaza que conozco bien: la de bloquear carreteras, casetas, puentes internacionales y puertos. Pero esta vez, la estrategia apunta a un blanco con mayor resonancia simbólica y política.
Una Estrategia de Presión que Evoluciona: De las Carreteras a las Embajadas
En mis tiempos, las protestas se concentraban en las vías de comunicación. Hoy, la táctica es más sofisticada. Sus exigencias cardinales—precios de garantía y seguridad para los convoyes—siguen siendo las mismas, pero el escenario de presión se amplía. La cita del próximo martes en la Sader es la última oportunidad en el escritorio. De mi experiencia, cuando los plazos se vencen sin respuestas concretas, la acción directa es el único lenguaje que queda. Ahora planean, como me comentó un colega cercano al movimiento, concentrar contingentes en la Ciudad de México y sitiar las calles aledañas a embajadas clave, como las de Estados Unidos y Canadá. Es un movimiento audaz que busca captar una atención internacional inmediata.
Eraclio “Yako” Rodríguez, del Frente Nacional para el Rescate del Campo Mexicano, lo dejó claro: “Estamos en alerta… detonaríamos todo el martes por la tarde, o el miércoles”. Esa precisión en el calendario no es casualidad; es la táctica de quien ha aprendido que el impacto de una movilización se mide por su timing y su ubicación. No se trata solo de paralizar; se trata de ser vistos por los actores correctos en el momento preciso.
Lecciones Aprendidas y Demandas Concretas: Más Allá de la Retórica
Una lección que el sector ha internalizado es que las consignas vagas no sirven. Tras dar por cerrado el espinoso tema del agua con la nueva ley, han puesto sobre la mesa números concretos que reflejan la magnitud de la crisis: una reserva estratégica con 300 mil toneladas de frijol, un millón de toneladas de trigo y sorgo, una bolsa de 6 mil millones de pesos para oleaginosas y 10 millones de toneladas de maíz blanco. Estas no son peticiones al aire; son cálculos basados en la necesidad real de estabilizar los mercados y garantizar la soberanía alimentaria. He visto cómo, sin estas medidas de contención, las fluctuaciones de precios acaban con los pequeños y medianos productores.
La sabiduría práctica nos dice que un ultimátum de esta naturaleza solo se lanza cuando se han agotado todas las vías del diálogo. La credibilidad del movimiento depende de su ejecución. Si el martes no hay avances sustanciales, no será solo otro bloqueo más. Será una escalada calculada que llevará el conflicto del ámbito rural y vial al corazón diplomático y mediático de la nación. El campo no pide limosna; exige un pacto viable para su supervivencia.
















