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Sheinbaum defiende la crítica pero condena la ofensa en redes

La mandataria cuestiona una sanción judicial mientras defiende la humildad en el poder, entre contradicciones.

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En un giro digno de una tragicomedia kafkiana, la presidenta Claudia Sheinbaum se erigió como paladín de la libertad de expresión mientras condenaba los excesos… pero solo los que no le convienen. Tras la ridícula sanción a Karla Estrella —obligada a arrastrarse en penitencia digital durante 30 días por el crimen de opinar—, nuestra líder suprema declaró con solemnidad: “El poder es humildad”. ¡Qué alivio saberlo! Aunque, curiosamente, esa humildad no impidió que el sistema judicial actuara como una comedia de enredo donde los jueces parecen más preocupados por proteger egos que por impartir justicia.

Sheinbaum, en un ejercicio de equilibrismo retórico, defendió el “derecho a criticar” mientras trazaba líneas rojas invisibles: está bien morder, pero sin dejar marcas. “Aquí hay derecho de réplica”, proclamó, como si las disculpas públicas forzadas no fueran la versión moderna de los autos de fe. Eso sí, advirtió con severidad: si la crítica roza lo “grosero” (término elástico donde caben desde insultos hasta miradas incómodas), entonces la máquina de la censura se pone en marcha. Porque, claro, en esta distopía posmoderna, ofender a un político es pecado mortal, pero castigar a un ciudadano es solo un “exceso” corregible.

La mandataria, en un arrebato de lucidez involuntaria, recordó que “la crítica es constructiva”. Ironías aparte, uno se pregunta: ¿constructiva para quién? ¿Para el poder que decide qué opiniones merecen cirugía estética y cuáles deben ser amputadas? En este reality show donde los tribunales hacen de jueces del *Gran Hermano*, Sheinbaum pide “justo término”, esa medida mágica que solo existe en los discursos de quienes nunca han tenido que disculparse por pensar distinto.

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Mientras tanto, Karla Estrella cumple su condena de 720 horas de arrepentimiento televisado, y nosotros, el público, reímos para no llorar ante este espectáculo donde la libertad de expresión lleva grilletes de terciopelo.

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