Tren desbocado deja seis muertos en Irapuato por fallas de seguridad

En un espectáculo de eficiencia burocrática digno de un manual de “cómo no hacer las cosas”, una locomotora, aparentemente emancipada de leyes físicas y regulaciones, decidió hoy que los cruces ferroviarios de Irapuato eran meras sugerencias. El resultado: seis ciudadanos convertidos en estadísticas, dos heridos y una serie de funcionarios corriendo en círculos con carpetas bajo el brazo.

Testigos reportaron que el tren, en un arrebato de rebeldía contra señales y plumas, embistió tres vehículos y una motocicleta con la delicadeza de un elefante en una cacharrería. “Iba desbocado”, afirmó un vecino, ganando el premio al Eufemismo del Año. Las barreras, según parece, estaban de vacaciones mentales.

La alcaldesa Lorena Alfaro llegó al lugar con su séquito de asesores, cámaras y un discurso prefabricado de “solidaridad”. Mientras, los rescatistas retiraban cuerpos entre escombros, el gobierno municipal ya coordinaba con “tres niveles de autoridad” para… ¿intercambiar informes que nadie leerá? ¡Qué eficiencia!

Entre tanto, la Fiscalía inició su ritual post-tragedia: cordones de seguridad, fotos para el archivo y promesas de “investigación exhaustiva”. Mientras, la locomotora, ahora custodiada como si fuera un tesoro nacional, espera su turno para convertirse en chatarra olvidada en algún depósito.

El comunicado oficial, redactado en ese lenguaje burocrático que convierte hasta la muerte en jerga administrativa, ofreció “apoyo integral” a las víctimas. Porque nada cura el dolor como un formulario en triplicado y una tarjeta de “lo sentimos mucho”.

Así, entre fallas técnicas, negligencias humanas y ruedas de prensa vacías, Irapuato suma otra página a su crónica de desgracias evitables. ¿El culpable? Todos y nadie, como siempre.