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Holanda propone cuarentena digital para menores en plena epidemia de likes

Holanda declara la guerra a las pantallas con medidas radicales para proteger a los menores de la adicción digital.

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Holanda propone cuarentena digital para menores en plena epidemia de likes

LA HAYA — En un giro digno de 1984 con toques de cuento de hadas distópico, el gobierno holandés ha decidido que los menores de 15 años son demasiado frágiles para resistir el embrujo de las sirenas digitales. Según su último decreto, TikTok e Instagram son ahora clasificados como “sustancias controladas”, solo aptas para adolescentes con carnet de inmunidad psicológica.

El Ministerio de Salud, en un arrebato de creatividad burocrática, propone un estricto régimen de desintoxicación: 20 minutos de dopamina digital seguidos de dos horas de penitencia al aire libre. “Es por su bien”, murmuran los funcionarios mientras confiscan smartphones con la misma devoción que los puritanos quemaban libros.

Vincent Karremans, viceministro interino de Juventud y Deporte (y aparentemente también de Ironías Históricas), justifica la medida como un “curso acelerado de resiliencia digital”. Todo esto mientras su gobierno se desmorona como un castillo de naipes, demostrando que los adultos tampoco dominan el arte de la estabilidad.

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Las directrices —tan vinculantes como los propósitos de Año Nuevo— distinguen sabiamente entre “redes sociales malvadas” (TikTok) y “plataformas de interacción angelical” (WhatsApp). Porque todos sabemos que los grupos de chat nunca han arruinado amistades ni difundido bulos.

Mientras Australia lidera esta cruzada anti-tecnológica con prohibiciones a menores de 16, Holanda parece empeñada en criar una generación que aprenda a socializar como en 1992: con llamadas telefónicas de tres minutos y cartas escritas a mano. La princesa Ariane, víctima colateral de esta guerra contra las pantallas, ahora ve el mundo tan borroso como las políticas de privacidad de Meta.

Los 1.400 médicos que firmaron la petición anti-smartphones olvidaron mencionar un detalle: quizás el verdadero virus no está en los dispositivos, sino en un sistema que medicaliza la infancia mientras monetiza su atención.

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