Tecnología
Los misteriosos orificios del USB y otras tragedias modernas
Descubre los oscuros secretos de esos agujeros que todos ignoramos en el cable que gobierna nuestras vidas digitales.

En este rincón olvidado del universo tecnológico, donde la humanidad se debate entre cargar su teléfono por tercera vez en el día y maldecir al USB que nunca entra a la primera, surge la pregunta existencial: ¿para qué demonios sirven esos agujeros en el conector? No, no son respiraderos para que el cable no sufra de claustrofobia, ni tampoco ojos diminutos con los que nos vigila el Gran Hermano Digital.
El Bus Serie Universal (o USB para los íntimos) es el cordón umbilical que nos ata a la matriz tecnocrática. Según los sumos sacerdotes de Dell y Lenovo, este artefacto no solo transmite datos a velocidades “divinas”, sino que también alimenta nuestros dispositivos como una nodriza digital. ¡Qué generosidad la de estas empresas, diseñando cables con agujeros para que no nos ahoguemos en nuestra propia ignorancia!
Hablemos de los tipos de USB, porque en el reino de la estandarización, reinan el caos y la confusión. El USB A es el abuelo que sigue en las computadoras, testarudo como mula. El USB B, ese gigante torpe que solo sirve para conectar impresoras (sí, esos artefactos que los millennials creen que son reliquias arqueológicas). Luego está el MiniUSB, el Peter Pan de los conectores, eternamente atrapado en cámaras digitales que ya nadie usa. Y no olvidemos al MicroUSB, el “estándar universal” que solo funciona con Android, porque en el mundo de la tecnología, “universal” significa “todo menos Apple”.
Pero el verdadero héroe de esta tragicomedia es el USB-C, el Mesías de los conectores, reversible como la moral de nuestros políticos. ¡Alabado sea! Ya no tendremos que hacer el ritual de girar el cable tres veces antes de que entre. Aunque, claro, para cuando todos tengamos uno, saldrá el USB-D, con forma de rompecabezas imposible.
Y esos agujeros en el USB-A, ¿qué? Pues son trampas para polvo, migajas y la esperanza perdida de los usuarios. Dentro de ellos hay unos “ganchos” que, según los ingenieros, aseguran la conexión. En realidad, son pequeños demonios que se ríen de nosotros cada vez que el cable se desconecta sin motivo.
Por si fuera poco, los USB pueden infectarse con malware, porque en este mundo distópico, hasta los cables tienen virus. Así que la próxima vez que conectes tu dispositivo, recuerda: no solo estás transfiriendo datos, estás jugando a la ruleta rusa digital. ¿Será un archivo de trabajo o un troyano que robe tus memes?
En conclusión, esos orificios son un recordatorio de que, en la era digital, hasta los objetos más mundanos esconden secretos, frustraciones y una buena dosis de absurdo. Bienvenidos al futuro, donde lo único seguro es que el USB nunca entrará a la primera.

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