Canelo y Scull miden fuerzas antes del combate en Arabia Saudita

En un espectáculo que mezcla rituales ancestrales con el marketing moderno, Saúl “Canelo” Álvarez y William Scull demostraron al mundo que, contra todo pronóstico, saben pararse sobre una báscula sin caerse. El mexicano, con la solemnidad de un faraón subastando su corona, posó ante las cámaras como si el destino de la humanidad dependiera de marcar 167.1 libras (75.79 kg). Mientras tanto, Scull, el cubano que llegó como “oponente genérico” según los memes, mostró sus músculos con la convicción de quien sabe que su mayor logro será aparecer en la biografía de Canelo.

La ceremonia del pesaje, ese teatro donde los boxeadores fingen odiarse mientras calculan mentalmente su porcentaje de pay-per-view, no decepcionó. Canelo, experto en vender suspenso, apenas miró a Scull, como si el cubano fuera un repartidor que interrumpió su siesta. Solo durante el “face off” (ese incómodo momento en que dos adultos sudorosos se miran fijamente para justificar sus sueldos) hubo tensión. Scull, quizás confundido, flexionó como si estuviera en una audición para “Magic Mike: La Revancha”.

“No me importa un carajo el tamaño”, declaró Canelo, en lo que podría ser el lema de su próxima autobiografía. La frase, digna de un manual de autoayuda para luchadores con complejo de altura, ignoraba elegantemente que en el boxeo, como en los reality shows, las medidas sí importan… sobre todo las de los cheques.

Mientras Arabia Saudita sigue comprando eventos deportivos como si fueran NFTs, el mundo espera: ¿ganará Canelo? ¿Sorprenderá Scull? O la verdadera pregunta: ¿alguien recordará este combate en dos semanas?