La fábrica de solteros forzosos que Estados Unidos financia en México

En un giro kafkiano que ni el Ministerio de Amor orwelliano hubiera imaginado, México y EE.UU. se alían para crear el primer Tinder de insectos condenados al celibato. La FAO, con la solemnidad de un notario, validó esta fábrica de solteros alados en Chiapas, donde millones de moscas macho serán irradiadas hasta la impotencia reproductiva por el módico precio de 21 millones de dólares.

La planta Moscamed, que en los 80 esterilizaba moscas del Mediterráneo (¿acaso hay peor castigo que ser mediterráneo y estéril?), ahora reciclada como campo de concentración entomológico, promete acabar con el gusano barrenador. La técnica es simple: soltar machos castrados para que engañen a las hembras silvestres en citas sin futuro. Una metáfora perfecta de la política agrícola binacional.

Mientras los burócratas de la OIEA discuten si las cepas son “inadaptables” (¿acaso no todos lo somos en esta era pospandémica?), el USDA mantiene el cerco sanitario al ganado mexicano. Ironías de la globalización: las vacas no cruzan, pero las moscas estériles sí. ¿Será este el primer programa de control migratorio para insectos?

El representante brasileño, experto en crisis existenciales (no en vano viene del país del faz o L), sugirió estudiar el “rápido avance del GBG”. Quizá deberían preguntarle a las moscas: con tanta radiación, fronteras cerradas y citas fallidas, cualquiera se convierte en plaga.

Lo que ningún informe menciona es el daño colateral: ¿qué pasará con las telenovelas para moscas cuando descubran que sus protagonistas ya no pueden formar familias? ¿Y si las hembras, hartas de machos estériles, organizan una huelga de apareamiento? En este absurdo teatro de la agricultura moderna, solo una cosa es cierta: mientras los humanos discuten, las moscas tienen mejor vida sexual… hasta que llegue el irradiador.