La ironía de asegurar el derecho a contaminar con estilo verde

En un giro digno de 1984 pero con facturación anual, las industrias que convirtieron ríos en sopa química y atmósferas en souvenirs tóxicos ahora lideran el “renacimiento verde”… mediante contratos que monetizan su derecho a seguir matando el planeta, pero con un elegante sello de sostenibilidad.

Según la consultora Eikos —cuyo nombre en griego clásico significa “ironía corporativa”—, minerías y constructoras compran seguros ambientales más rápido que árboles caen bajo sus excavadoras. Proyectan un crecimiento del 30% para 2030, mismo año en que, casualidad, los océanos tendrán más microplásticos que peces.

“Un derrame de petróleo puede arruinar tu imagen corporativa… pero no tus utilidades, si tienes el dedo pulgar asegurado”, declaró Alicia Martínez, subdirectora de Daños, Autos y Fianzas, mientras firmaba pólizas con tinta hecha de agua “reciclada” de fracking.

El INEGI revela que la destrucción ambiental equivale al 4.6% del PIB. Traducción: contaminar es tan redituable que ahora hay que asegurar ese flujo de caja. Las pólizas cubren desde “la caracterización de sitios contaminados” (leáse: documentar crímenes) hasta “compensación ambiental” (o cómo convertir áreas naturales en parques temáticos con wifi).

Lo más hilarante: estas garantías son avaladas por la ASEA, la misma agencia que permite a las petroleras autovigilarse. Es como poner a los coyotes a diseñar los gallineros del futuro… pero con ISO-14001.

Mientras, en el mundo real, los únicos sin cobertura son los ciudadanos que respiran el “compromiso empresarial” convertido en smog. Moraleja: en el capitalismo del siglo XXI, hasta el apocalipsis ecológico tiene prima mensual y cláusulas de responsabilidad limitada.