La farsa inmobiliaria o cómo encarcelar la corrupción sin tocar a los corruptos

En un giro tragicómico que hubiera hecho llorar de risa a Jonathan Swift, el diputado Ricardo Mejía Berdeja, del Partido del Trabajo, ha propuesto incluir la corrupción inmobiliaria en la lista de delitos que merecen prisión preventiva oficiosa. Sí, la misma corrupción que, como el aire en la Ciudad de México, todos saben que existe pero nadie puede atrapar.

La iniciativa, enviada a la Comisión de Puntos Constitucionales —un lugar donde las ideas van a morir de aburrimiento—, busca modificar el artículo 19 de la Constitución. Porque, claro, lo que faltaba en este país era otra ley que nadie cumplirá, pero que sonará bonita en los discursos.

El proyecto del diputado petista declara, con una solemnidad digna de una ópera bufa: Para efectos del artículo 19, la corrupción inmobiliaria será considerada tan grave como el narcotráfico… bueno, casi. Por supuesto, omiten mencionar que el verdadero Cartel Inmobiliario no son cuatro gatos en Benito Juárez, sino un sistema que convierte el derecho a la vivienda en un privilegio de lotería.

Mientras tanto, el Código Penal de la CDMX ya tipifica estos delitos, definiéndolos como construir pisos extra como si fueran capas de un pastel ilegal. Pero, oh sorpresa, los edificios fantasma siguen creciendo más rápido que las promesas electorales.

Mejía Berdeja, en un arrebato de lucidez estadística, citó al INEGI para recordarnos que solo el 57.1% de los mexicanos viven en una casa propia. El resto malvive entre rentas abusivas y préstamos familiares, porque en este país el sueño de la vivienda digna es como el avión presidencial: todos hablan de él, pero nadie lo ve llegar.

Esto refleja las desigualdades en México, dijo el diputado, como si acabara de descubrir el agua tibia. Lo que no dijo es que, mientras los precios de las viviendas suben más rápido que un político corrupto en escalafones, las soluciones siguen atoradas en el tráfico de la burocracia.

Y así, entre datos escalofriantes y propuestas que huelen a pura fachada, la obra de teatro continúa. Porque en el gran circo de la política mexicana, hoy toca actuar como si encarcelar la corrupción fuera tan fácil como decretarlo en un papel. Mientras, los ciudadanos aplauden desde butacas cada vez más caras… y menos seguras.