El glorioso espectáculo de la corona y la conmoción cerebral
La ciudadana Gabrielle Henry, otrora embajadora corpórea de los ideales estéticos de Jamaica en el sublime circo global conocido como Miss Universo, ha emergido de las sombras de la terapia intensiva para recordarnos que incluso las diosas de yeso son propensas a la gravedad. Su regreso a la patria, tras una luna de miel médica en los exóticos sanatorios de Tailandia, nos brinda una lección conmovedora sobre la resiliencia humana, convenientemente empaquetada y lista para el consumo en redes sociales.
El ritual sagrado de la caída y el traslado protocolario
Las plataformas digitales, ese gran ágora de la compasión performativa, se inundaron de conmovedoras instantáneas donde se observa a la ex-deidad en proceso de recuperación siendo conducida en su trono móvil de ruedas. Un espectáculo secundario tan fascinante como el principal, que evidenció con crudeza el delicado estado de un producto estrella temporalmente fuera de catálogo, generando la dosis justa de preocupación y engagement entre la feligresía.
Como en todo acto de estado, el recibimiento en el aeropuerto fue un ballet de poder y protocolo. Junto a su progenitor, desfilaron su consejero legal Marc Ramsay y los sumos sacerdotes de la fe, Carl Williams y Mark McDermott, altos mandatarios de la Organización Miss Universo Jamaica. Por supuesto, la Santa Sede del Concurso se apresuró a proclamar, en un edicto cargado de magnanimidad, que había financiado en su totalidad la aventura médica y rehabilitadora en tierras tailandesas, incluyendo el sustento de la madre y la hermana de la caída. ¡Qué alivio saber que la caridad corporativa funciona con la eficiencia de un seguro de responsabilidad civil!
Los pormenores técnicos de un accidente metafórico
El comunicado oficial del certamen, un documento que rivaliza en precisión clínica y frialdad burocrática con los informes de la NASA, detalló el suceso con una prosa sublime: “La Dra. Henry —porque en este circo todas son doctoras en elegancia— sufrió una precipitación grave a través de una abertura en el escenario mientras ejecutaba su caminata ritual durante las preliminares”. El resultado, una hemorragia intracraneal con pérdida de la conciencia (metáfora potente para el estado de la industria), fracturas y laceraciones. Una alegoría perfecta de lo que ocurre cuando el sueño del glamour encuentra un hueco en la realidad.
Mientras tanto, en un universo paralelo pero elegantemente conectado, la flamante soberana cósmica, Fátima Bosch, iniciaba su reinado con un acto de caridad ejemplar en su natal Tabasco: la donación de juguetes para infantes que padecen cáncer y VIH. Un gesto noble, sin duda, que contrasta bellamente con el espectáculo de sufrimiento adulto que precede su coronación, demostrando que el ciclo de la compasión mediática debe alimentarse de múltiples fuentes.
La procesión triunfal, antídoto contra toda sombra
Para borrar cualquier rastro de mala conciencia colectiva, el gobierno estatal, en un acto de sincronía coreográfica admirable, preparó una apoteosis de bienvenida para la nueva monarca. El desfile, puntual como un reloj suizo, recorrería los lugares sagrados de la localidad: desde el malecón Carlos A. Madrazo hasta el Parque Guacamayos, pasando por la ominosamente nombrada Curva del Diablo y el Hospital de Pemex, para concluir en la Fuente del Chorro. Un itinerario que, sin proponérselo, traza el mapa perfecto de la condición humana: vanidad, naturaleza, peligro, enfermedad y, finalmente, el efímero chorro de agua que lo limpia todo. El espectáculo, estimados lectores, debe continuar. Y lo hará, sobre ruedas o sobre tacones, pero siempre en movimiento.















