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El Gran Teatro del Absurdo en el Diamante Capitalista
Una metáfora descarnada del sueño americano convertido en pesadilla burocrática y desecho humano en el diamante de juego.

El Sueño Americano, Versión de Bolsillo
En un movimiento que ha conmocionado a las aproximadamente doce personas que aún prestan atención a los Atléticos de Oakland, la corporación beisbolística, en un acto de caridad desbordante, ha decidido liberar de su yugo al intermedista mexicano Luis Urías. Su crimen: haber cumplido con excesiva fidelidad las expectativas de mediocridad que el club, en su infinita sabiduría, predestina para todos sus siervos.
Urías, quien osó firmar un contrato de un año por la módica suma de 1.1 millones de dólares (aproximadamente el costo de un baño portátil en un nuevo estadio), fue condenado por el delito de eficiencia. Jugó 83 duelos, bateó .230 y produjo 25 carreras, estadísticas que, en el Gran Teatro del Absurdo que es la Liga Mayor, lo convertían en un activo demasiado valioso para un equipo empeñado en una cruzada sagrada hacia el último lugar de la división.
La Farsa de la Rehabilitación
Mientras tanto, en el ala de los elegidos, el ciudadano Gelof fue sometido al sagrado ritual de la cirugía reconstructiva capitalista. Tras una penitencia en la lista de lesionados, fue brevemente liberado a los campos de Oakland para ocho juegos, solo para ser inmediatamente desterrado a los purgatorios de Las Vegas. Allí, en el exilio, se le permitió batear .259 con 11 jonrones, demostrando así su merecido retorno a la gracia corporativa. ¡He aquí el milagro de la productividad redimida!
Este ballet burocrático de altas y bajas, de inversiones de 1.1 millones descartadas como papel mojado y de jugadores enviados a Siberia para purgar sus estadísticas, es la más perfecta alegoría de la maquinaria despiadada que devora talento y escupe números en una hoja de cálculo. Los Atléticos no son un equipo de béisbol; son una tesis doctoral sobre la deshumanización posmoderna, donde los seres son meros bytes de data que se adquieren y se desechan con la misma frialdad con que se actualiza una app.
El último lugar no es una desgracia; es la meta filosófica alcanzada. Es el triunfo final de la ideología que valora el rendimiento sobre el rendimiento mismo, donde el diamante de juego es solo la pantalla en la que se proyecta la farsa de un sueño que se vende por 1.1 millones y se rompe por un promedio de .230.

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