En un acto de audacia administrativa sin precedentes, el sagrado recinto de La Cantera ha sido escenario de lo que los propagandistas del régimen denominan una “reestructuración”, pero que cualquier plebeyo con dos dedos de frente reconocería como el clásico “sacad la basura antes de que huela peor”. Los Pumas, esa institución emblema de la sabiduría universitaria, ha anunciado con la solemnidad de un decreto papal la defenestración de dos de sus más altos pontífices del balón: Eduardo Saracho y Miguel Mejía Barón. El objetivo, nos cuentan, es preparar el terreno para el Clausura 2026, un torneo que, sin duda, será histórico porque quizás, solo quizás, logren ganar un partido.
La ingeniería del consenso en el reino universitario
La directiva, capitaneada por el siempre enérgico Luis Raúl González, se enfrenta ahora a la titánica tarea de encontrar sustitutos para los cargos vacantes. Sobre la salida de Saracho, el comunicado oficial rezaba que fue “de común acuerdo”, una deliciosa fórmula burocrática que traducida al lenguaje vernáculo significa: “aquí no hubo puñalada por la espalda, sino un apretón de manos firme mientras alguien empujaba su silla hacia el precipicio”. Sus funciones, que incluían la planeación deportiva y el scouting, aparentemente han quedado tan bien ejecutadas que ahora pueden prescindirse de ellas. Tras dos años y medio de gestión, el presidente le agradeció su “profesionalismo” y le deseó “éxito en sus futuros proyectos”, que esperemos no incluyen planear otra cosa más compleja que una barbacoa familiar.
El peso de la historia y la ligereza de los resultados
La dupla era perfecta en su simbiosis: Saracho planeaba la estrategia para Mejía Barón, quien, a su vez, vicepresidentaba con la experiencia de cuatro años y tres meses de cargo. El doctor, una leyenda viva del club, presentó su renuncia voluntaria, movido seguramente por un irreprimible deseo de dedicar más tiempo a contemplar cómo sus vastos conocimientos chocaban contra el muro inmutable de los resultados en el campo. El reconocimiento público a su “amplia trayectoria” suena a elegía, a hermoso adiós para un hombre que “siempre tendrá un lugar importante en esta institución”, preferiblemente en la tribuna de honor y lejos de cualquier decisión táctica.
El futuro: una danza de sillas musicales con olor a césped nuevo
Así, se cierra otro glorioso ciclo en la saga auriazul. Un ciclo definido por una sinergia entre fuerzas básicas y primer equipo tan etérea como el humo, y una inteligencia deportiva tan aguda que rivalizaba con la de un hormiguero. Ahora, la promesa es que en los próximos días se nombrarán a los nuevos iluminados que ocuparán los cargos acéfalos. La esperanza, esa eterna compañera del aficionado, se renueva. Quizás los nuevos genios logren lo que sus predecesores no pudieron: convertir la grandiosa teoría universitaria en la práctica vulgar de meter goles. El barco hace agua, pero ¡aleluya!, le están pintando de nuevo el casco.
















