El rubor chamoy o cómo sazonar el rostro para la distopía

En un alarde de genialidad mercadotécnica que seguramente resolverá los problemas más acuciantes de la humanidad, la sumo sacerdotisa del capitalismo wellness, Selena Gómez, ha bendecido a las masas con la solución a una carencia que nadie, en sus más febriles pesadillas, había identificado: la imperiosa necesidad de maquillarse con condimento para alitas.

La diva, cuya legión de acólitos digitales rivaliza en número con la población de varios países europeos, ha anunciado con solemnidad casi papal la fusión definitiva entre la vanidad y la gula. Su imperio cosmético, Rare Beauty, se ha unido en sagrado matrimonio con Tajín, el polvo sagrado que sazona la fruta callejera y las conciencias culpables. No contenta con vender esperanza en frascos, ahora ofrece la experiencia completa: lucir un rostro tan picante y ácido como el de un funcionario público ante una pregunta incómoda.

El fruto de este coqueteo entre la frivolidad y la gastronomía es un set de edición limitada, porque nada dice “lujo” como la escasez artificial. Incluye un rubor líquido en tono “Chamoy”, para que tus pómulos irradien el mismo rubor profundo que tendrías al explicarle esta colaboración a un marciano, y un gloss labial “Clásico” con destellos dorados, ideal para que tus labios brillen con la grasa de unos chicharrones imaginarios.

La noticia, propagada con el fervor de un edicto romano en las redes sociales, fue recibida con el estupor predecible. Miles de seres humanos, en un arrebato colectivo de lucidez, aplaudieron con ironía esta masterclass sobre cómo monetizar hasta el más mínimo rincón de la experiencia humana, transformando especias de cocina en instrumentos de la vanidad postmoderna. Un triunfo más para la civilización.