La cruzada celestial de Hollywood contra los nuevos inquisidores

El Sínodo de las Estrellas se Pronuncia

En un acto de valor tan descomunal que probablemente requirió el uso de dobles de riesgo, el panteón olímpico de Hollywood—encabezado por deidades como Meryl Streep, cuya sola mirada puede conceder un Óscar, y Tom Hanks, la encarnación terrenal de la bonhomía americana—ha descendido del Monte Olimpo para firmar un pergamino sagrado. Su misión: salvar a Jimmy Kimmel, un mártir moderno cuya suspensión televisiva ha conmocionado los cimientos de la República más de lo que lo hiciera cualquier ley fiscal o conflicto internacional.

La Nueva Caza de Brujas, Ahora en Pantalla Grande

Anthony D. Romero, Sumo Sacerdote de la ACLU, ha declarado con la solemnidad de quien anuncia una plaga bíblica que vivimos una “era McCarthy moderna”. Por supuesto, esta vez los inquisidores no usan comités del Senado, sino la temible arma de… las cartas de queja a la FCC. Un escenario tan aterrador como una comedia romántica de domingo por la tarde.

La carta abierta, un documento tan cargado de pathos que podría ganar un Globo de Oro, advierte sobre un “momento sombrío para la libertad de expresión”. La oscuridad, al parecer, consiste en que un presentador de televisión nocturna enfrente las consecuencias de sus palabras, un concepto tan novedoso y revolucionario que aún no ha llegado a los guiones de las películas de superheroes.

La Resistencia del Jet Set

La lista de firmantes es el who’s who de quienes pueden permitirse un activismo de bajo riesgo: Natalie Portman, Lin-Manuel Miranda, Olivia Rodrigo. Unidos, como en una versión aburrida de ‘Los Vengadores’, prometen que sus voces unidas son más fuertes. Juntos lucharan, probablemente desde sus mansiones en Malibú, para ser escuchados por encima del estruendo de sus cuentas bancarias.

El gobierno, según el manifiesto, “ha recurrido a amenazar el sustento” de los artistas. Uno se imagina a estos titanes de la industria, cuyos patrimonios netos superan el PIB de pequeñas naciones, temblando ante la perspectiva de tener que reducir el número de asistentes personales. Es una lucha existencial, sin duda.

El Sacrificio Supremo

La cumbre del heroísmo la encarna la cantante Sarah McLachlan, quien en un acto de desafío que paralizará al establishment, canceló su actuación en el estreno de un documental. Un sacrificio tan profundo que solo es comparable a renunciar a una aparición en un cóctel. La ACLU, por su parte, lleva 105 años protegiendo la Primera Enmienda con la tenacidad de un lobista defendiendo los intereses de un estudio cinematográfico.

En el gran teatro de lo absurdo, la suspensión de un cómico bien pagado se convierte en el símbolo de la tiranía, mientras las auténticas amenazas a la disidencia se desvanecen en el fondo, sin el beneficio de una banda sonora emotiva ni un discurso premiado. La farsa está servida, y el elenco, de oscarizada mano, nos recuerda que en el reino de lo superficial, la apariencia de lucha es tan valiosa como la lucha misma.

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