Woody Allen propone filmar a Trump desde una óptica disruptiva

El iconoclasta cineasta Woody Allen, maestro de la paradoja y la neurosis intelectual, ha lanzado un proyectil creativo que desafía la ortodoxia política y cultural. En una reveladora conversación con Bill Maher, Allen no solo elogió al expresidente Donald Trump, sino que propuso una colaboración cinematográfica que sería, en esencia, un acto de subversión artística.

Imaginemos por un momento: ¿y si la presidencia más convulsiva de las últimas décadas es solo el guion imperfecto para una obra mayor? Allen, visionario del séptimo arte, recuerda su experiencia en “Celebrity” (1998) no como una simple anécdota, sino como la semilla de una idea revolucionaria. Trabajar con Trump fue “fácil”, afirma, porque en el magnate reconoció a un performer nato, un personaje shakespeariano esperando el marco adecuado.

La propuesta no es sobre glorificar una figura, sino sobre deconstruirla a través del lens del cine. Allen sugiere que podría “hacer maravillas” filmando a un presidente en funciones, desafiando la frontera entre la realidad y la sátira, entre el poder y el arte. Esto no es mera nostalgia; es un llamado a repensar cómo contamos las historias de nuestro tiempo, conectando puntos aparentemente inconexos entre la torre de marfil de Hollywood y la torre de oro del poder real.

En un mundo de narrativas binarias, Allen propone un tercer camino: usar la cámara no para juzgar, sino para explorar, para encontrar el absurdo sublime y la humanidad inesperada en los lugares más polémicos. ¿Podría el cine ser el antídoto contra la polarización? Esta idea disruptiva nos invita a considerar que a veces la innovación más radical viene de abrazar lo incómodo y transformarlo en una oportunidad para el diálogo, la reflexión y, quizás, la redención.