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Internacional

El embajador y la guerra contra los cárteles que nunca ganarán

Un discurso épico contra el narcotráfico que olvida mencionar ciertos detalles incómodos.

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En un giro cósmico de ironía geopolítica, el embajador estadounidense Ronald Johnson, con la solemnidad de un general romano anunciando la caída de Cartago, prometió usar “todas las herramientas” contra los cárteles. ¿Herramientas? ¿Acaso habla de drones, espionaje o de esos billetes verdes que misteriosamente terminan en cuentas offshore? La audiencia, entre fascinada y escéptica, esperaba que mencionara la herramienta más obvia: dejar de consumir la droga que su país compra como si fuera Black Friday.

El discurso, una oda a la “cooperación binacional”, omitió detalles menores: que el mercado narco existe porque hay 50 millones de adictos al norte del Río Bravo, o que las armas de los cárteles salen de fábricas estadounidenses como pan caliente. “Trabajaremos con México como aliados soberanos”, dijo Johnson, mientras su gobierno presionaba por desplegar tropas en territorio mexicano, porque nada grita soberanía como un vecino con complejo de sheriff.

La joya retórica fue equiparar narcos con terroristas. ¡Brillante estrategia! Así podrán bombardear Sinaloa como si fuera Oriente Medio, pero sin el inconveniente de tener que inventar armas de destrucción masiva. Eso sí, el embajador olvidó añadir que, según datos no oficiales, el terrorismo más efectivo en Latinoamérica lo ejercen ciertas políticas económicas que empobrecen regiones enteras… pero esa es otra metáfora incómoda.

El broche de oro: “Los cárteles deben temer a nuestra fuerza combinada”. Mientras, en la realidad paralela donde vivimos, los capos se ríen entre sorbos de whisky escocés (importado, por supuesto), sabiendo que su negocio es tan inmortal como la hipocresía diplomática. ¿Desmantelar redes? Claro, justo después de que Wall Street deje de lavar sus ganancias.

Y así, entre aplausos de la prensa y risas discretas de los analistas, el circo de la guerra contra las drogas estrenó otro acto. Mismo guión, mismos actores, mismo final predecible: un fracaso épico disfrazado de épica.

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