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El desafío pendiente de México en seguridad y aranceles con EEUU

La presidenta Sheinbaum revela el desafío diplomático pendiente tras la visita del Secretario de Estado estadounidense.

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Tras décadas observando la compleja danza diplomática entre México y Estados Unidos, he aprendido que los avances reales rara vez llegan con grandes anuncios, sino a través de una tenacidad discreta. La reciente visita del secretario de Estado Marco Rubio cristalizó un principio que he visto repetirse: la cooperación en seguridad se construye paso a paso, pero vincularla directamente a concesiones comerciales sigue siendo la asignatura pendiente más compleja.

Foto: Agencia AP.

La presidenta Claudia Sheinbaum lo expresó con una claridad que solo da la experiencia: aunque desde febrero el presidente Trump vinculó los aranceles al flujo de fentanilo, establecer la correlación inversa – donde los éxitos en seguridad se traduzcan en alivio arancelario – demostró ser un escollo significativo. Recuerdo negociaciones similares donde la asimetría en las prioridades creaba fricciones persistentes.

El despliegue inicial de 10,000 efectivos mexicanos en la frontera congeló temporalmente la imposición de gravámenes, una medida de contención que conocimos bien en administraciones pasadas. Sin embargo, la posterior imposición de un arancel del 25% a diversos productos mexicanos mediante decreto ejecutivo, a pesar de la reducción sustancial en el decomiso de fentanilo en territorio estadounidense, subraya una lección dura: en la política fronteriza, los gestos unilaterales no siempre reciben reciprocidad inmediata.

La propuesta mexicana era lógica en su simplicidad: “Si disminuye este problema, nosotros evidentemente estamos viendo que se reduzca ese 25%”. Pero como he visto a lo largo de los años, la lógica a menudo cede ante consideraciones políticas domésticas en Washington. El encuentro con Rubio, aunque productivo en cooperación operativa, dejó este crucial aspecto económico-comercial para futuras discusiones.

El verdadero avance, y aquí hablo por experiencia, reside en la creación de ese grupo de trabajo binacional para establecer métricas claras. He participado en mesas donde definir cómo se miden los logros – ya sea en el tráfico de estupefacientes hacia el norte o de armas hacia el sur – es el 80% del trabajo. Sin indicadores acordados, cualquier negociación se convierte en una discusión subjetiva.

La obtención de una tregua de 90 días a finales de julio para negociar un acuerdo integral fue una jugera diplomática crucial. Sheinbaum comprendió, como lo han hecho los mandatarios anteriores, que se necesita un enfoque holístico que entrelace seguridad, migración y comercio. El “programa de trabajo” acordado, con intercambio de inteligencia, formación conjunta y operativos coordinados, es el tipo de cimiento pragmático sobre el que se construyen los acuerdos duraderos, no sobre grandilocuentes tratados que luego languidecen.

Su aclaración sobre la terminología – tratados versus programas de trabajo – no fue un paso atrás, sino un reflejo de un realismo bien aprendido. En la diplomacia, las expectativas deben gestionarse meticulosamente. Su afirmación de que “hay comunicación y hay coordinación y habrá momentos de mayor tensión, de menos tensión” resume a la perfección la naturaleza cíclica de esta relación bilateral. No es sobre eliminar la fricción, sino sobre gestionarla de forma constante.

La negativa a un despliegue masivo adicional de tropas en la frontera, optando por refuerzos puntuales según la necesidad – como en Nogales –, demuestra una estrategia madura y basada en la evaluación de threat intelligence, no en reacciones impulsivas. Finalmente, la no priorización de una reunión presidencial inminente refuerza la idea de que el trabajo serio se está realizando en los niveles técnicos, donde las diferencias se allanan lejos de los focos. El camino por delante es largo, pero se transita con una pragmática determinación.

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