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La absurda epopeya de la papa en el reino de los precios regulados

La batalla por el tubérculo dorado: entre la inflación y la ironía de las recomendaciones oficiales.

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En un giro tragicómico de la civilización, la humilde papa —antes vilipendiada por los carbofóbicos— ha ascendido al estatus de commodity estratégico. Según los sumos sacerdotes de la Secretaría de Agricultura, este bulbo terroso no solo alimenta estómagos, sino también el mito del progreso: hierro para la anemia moral, fibra para el tejido social desgarrado y vitamina C para el escorbuto neoliberal.

El Santo Grial nutricional (según el marketing gubernamental)

Mientras el pueblo llano debate si comer o pagar la renta, los teólogos nutricionales proclaman que la papa es el tercer sagrado alimento del mundo, solo detrás del arroz (patrocinado por Asia) y el trigo (bendito por Occidente). “¡450 mg de potasio!”, gritan los folletos oficiales, como si un trabajador con salario mínimo pudiera permitirse el lujo de medir electrolitos en lugar de monedas.

El precio de la redención (o la burla institucionalizada)

La Profeco, en su infinita sabiduría burocrática, ha decretado que el kilo de salvación tuberosa debe costar entre $17.90 y $26.00, cifras tan realistas como un unicornio en el metro. “Comparen precios”, aconsejan, mientras las papas en zonas marginadas alcanzan los $32, precio que incluye el impuesto a la desesperación.

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Manual del perfecto consumidor (en el país de nunca jamás)

Para elegir la papa perfecta —aquella que no ofenda a los dioses de la economía—, el ciudadano debe convertirse en un inspector táctil: piel firme (como las promesas de campaña), sin brotes (como la esperanza) y sin manchas (como el presupuesto público). Si huele a “tierra rancia”, deséchela… igual que las excusas de los funcionarios cuando la inflación se dispara.

Y recuerde, noble siervo del supermercado: nunca lave sus papas antes de guardarlas. La humedad las arruina… igual que la realidad arruina los discursos oficiales sobre “precios justos”.

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