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La Corte Suprema se reinventa con raíces indígenas y un nuevo espíritu de servicio

La máxima corte inicia una era inédita, guiada por la sabiduría ancestral y un compromiso radical con el pueblo.

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Un Nuevo Amanecer para la Justicia: La Corte que Nace del Pueblo

El presidente electo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Hugo Aguilar Ortiz, no solo recibe un cargo; encarna una ruptura histórica con los paradigmas del poder. Al afirmar que la nueva Corte será radicalmente distinta, no pronuncia un discurso, sino un manifiesto: la justicia se desvincula del oro y el influjo para renacer desde la tierra y la comunidad.

Hugo Aguilar Ortiz recibió el bastón de mando de las comunidades indígenas, simbolizando una alianza inédita entre el máximo tribunal y los pueblos originarios.

¿Qué sucede cuando el sistema judicial más alto de una nación decide que su brújula no será el código escrito, sino el corazón colectivo? Esta mañana, en las ancestrales ruinas de Cuicuilco, se respondió esa pregunta. La ceremonia de purificación de los bastones de mando no fue un ritual folclórico; fue el acto fundacional de un nuevo contrato social. Aguilar Ortiz, el primer presidente de origen indígena del Alto Tribunal, y los ocho ministros electos por voto popular, no están formando un equipo; están tejiendo una sinergia con una visión, un espíritu y un ánimo transformadores.

El mensaje es una bofetada a la convención: “Aquí el pensamiento y el corazón no lo va a guiar el poder ni el dinero sino el servicio al pueblo”. Esta declaración trasciende la promesa política para convertirse en un principio operativo. El país no solo está presenciando un cambio de guardia en el Poder Judicial de la Federación; está experimentando una metamorfosis de su propia esencia. La Corte se reconecta con una triple dimensión olvidada: la materia, la inteligencia y el espíritu, iniciando sus actividades bajo la guía de la sabiduría ancestral.

La recepción del bastón de mando en el Zócalo, el corazón geográfico y simbólico de México, no es un acto protocolario. Es la materialización de una convergencia disruptiva. Representa la fusión de la legitimidad formal con la legitimidad moral, del estado moderno con la cosmovión milenaria. Este gesto, aparentemente simple, es un terremoto silencioso que desafía las suposiciones arraigadas sobre cómo debe ejercerse la autoridad. No es una concesión, sino un reconocimiento de que las soluciones creativas a los problemas de justicia a menudo yacen en los lugares que el establishment ha ignorado.

Esta no es una transición; es una trascendencia. La nueva Corte se propone no como un árbitro distante, sino como un servidor embedded en el tejido social. Al abrir su corazón y pensamiento a las comunidades indígenas, no busca inclusiones simbólicas, sino co-crear un nuevo camino donde la justicia no sea un veredicto, sino un servicio palpable y tangible para cada ciudadano.

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