La fiscalía busca a tres colombianos en el negocio gota a gota

En un giro digno de una tragicomedia neoliberal, la Fiscalía de Jalisco ha emprendido la heroica misión de buscar —con dos cateos de rigor— a tres ciudadanos colombianos desaparecidos en Tlajomulco, epicentro del progreso financiero informal. Maryeline Ramos Flores y los hermanos Sepúlveda Villada, empleados de una de esas encantadoras empresas de microcréditos que operan bajo el romántico nombre de “gota a gota”, donde el único requisito es firmar con sangre (metafóricamente, claro).

Estos modernos samaritanos del capitalismo salvaje ofrecen dinero rápido, sin papeleo, pero con intereses que harían llorar a un usurero medieval. Y si el cliente se atrasa, no hay problema: una visita domiciliaria —con guiño mafioso incluido— recordará las bondades de cumplir con los pagos. Vecinos de Tlajomulco, víctimas de emergencias económicas, han descubierto demasiado tarde que estos préstamos son como el abrazo de un oso: cálido al principio, pero letal después.

Lo más tierno del asunto es que estas empresas, aunque dirigidas por colombianos, pagan religiosamente su diezmo al crimen organizado, demostrando una vez más que en México hasta la usura tiene que tributar. Los empleados, por su parte, son trasladados como mercancía por el país, sin seguridad laboral y con metas tan exigentes que hasta Sísifo diría: “Mucho texto”.

Mientras la Vicefiscalía de Personas Desaparecidas realiza su búsqueda con la eficacia de un GPS sin señal, el caso revela un negocio donde el único que nunca desaparece es el dinero. ¿Moraleja? En el país de las maravillas financieras informales, el que no paga… desaparece.